Tengo algunas semanas haciendo referencia en este espacio a los negritos en el arroz sobre el estilo personal de gobernar de nuestro Presidente. Traspiés inoportunos, rijosidades innecesarias, desaciertos y otras desventuras de la 4T. Tales contratiempos resultan incómodos para todos los que creemos que México necesita que las banderas y causas que esgrime Andrés Manuel López Obrador fructifiquen y beneficien a los más necesitados y largamente olvidados.Pero frente a un hombre tan controvertido como el Presidente, conviene siempre poner las cosas en proporción. Es muy fácil descalificar al Presidente porque se le fue un “dijistes”, por su desparpajo al manejar un pasaje histórico o por sus embelesos folclóricos cuando habla del pueblo. Pero sería conveniente no perder de vista que algo mucho más interesante está pasando en las cosas que importan.Se necesita de la obcecación que a él le caracteriza para pasar un presupuesto que, por primera vez en la historia del México moderno, no aceitará las manos de los falsos líderes campesinos que durante décadas sangraron a los recursos públicos. Las charlas de sobremesa de los comederos de las Lomas y Polanco lo destazan vivo por su rusticidad y sus peculiaridades, pero son justamente esas peculiaridades las que permiten que actúe de una manera distinta a la de cualquier otro político profesional. Resistió, y sin reprimir, el bloqueo de los extorsionadores de Antorcha Campesina y organizaciones similares, cosa que ningún mandatario, presidente o gobernador, había conseguido. Donde otros habrían cedido a la presión de la opinión pública por el caos desatado, AMLO se mantuvo firme y le ahorró al país miles de millones de pesos. Más importante, dio un paso decisivo para comenzar a desmantelar ese corporativismo parasitario, bastión de la corrupción y manipulación en el campo. De nuevo, algo de lo cual siempre se quejaron empresarios y gobiernos “modernizantes” y no obstante lo siguieron prohijando por complicidad y comodidad.Otro ejemplo. El presupuesto aprobado para el próximo año contempla un subsidio de 126 mil millones de pesos para los adultos mayores; una cantidad que se dice rápido pero es un gasto descomunal. Supera el presupuesto que ejercerá el Gobierno de Jalisco y equivale al costo que tendrían decenas de carreteras y miles de obras. Una caja de dinero que, utilizada con cálculo político más convencional, habría permitido a AMLO negociar con grupos de poder, aceitar voluntades y conjurar adversarios. Doce veces lo que gastó Peña Nieto para tener a los medios de comunicación de su lado.El apoyo a ancianos representa 75% por ciento de los subsidios que distribuirá la Secretaría del Bienestar. Por su magnitud, es el programa estrella de la 4T. Para efectos de la lógica del poder, otro mandatario lo habría utilizado con más provecho. Pero no López Obrador.Con toda razón, él entiende que los ancianos constituyen el segmento de población más desprotegido, porque además de las afecciones que resultan de la pobreza, se suman los obvios problemas de salud, abandono y falta de oportunidades. Es un tema de justicia social y de compasión con el segmento demográfico más desvalido. Se dice que tales subsidios esconden un interés político y persiguen la formación de una base electoral incondicional. Pero el sentido común pone a prueba esa acusación: si tal fuera el propósito el Gobierno habría invertido el grueso de sus recursos en los jóvenes para asegurar así un voto cautivo durante muchos años, en lugar de destinarlo a la tercera edad que por razones obvias representa “una inversión política” dudosa al mediano y largo plazo. Muchos de los que ahora reciben el recurso, incluso, no están ya en condiciones de emitir su voto. El programa Jóvenes Construyendo el Futuro, que sería más redituable políticamente, recibirá una quinta parte en comparación con la cifra destinada a los ancianos. Es un tema de convicción, no de aprovechamiento político.Pero eso no significa que sea un despropósito económico. Se trata de una transferencia social significativa tras largas décadas en las que los grupos privilegiados concentraron los beneficios. Pero no sólo es tema ético o social. Representa una política económica destinada a reactivar el poder adquisitivo de los sectores populares y, por ende, del mercado interno. Los ancianos, los discapacitados o las jefas de familia de escasos recursos no van a utilizar ese dinero al gasto suntuario, a la inversión especulativa, a la adquisición de una Ipad o a un fondo de ahorro en Nueva York, como si lo hacían muchos de los intermediarios que antes lo recibían. Lo gastarán de manera inmediata en la farmacia, en la tienda de la esquina, en el changarro del barrio. El mejor incentivo para promover una economía de producción interna más sana.Algo importante está pasando en nuestro país, la construcción de cimientos que apuntan a un México diferente aun cuando el meme del momento sobre el último dislate de El Peje nos impida verlo.(www.jorgezepeda.net)