Las palabras marcan, dejan huella… Son tan fuertes que pueden mover masas o cambiarle la vida a una persona -para ayudarle a crecer y superarse o generarle enojo, tristeza, dolor, oscuridad-; pueden ser tan poderosas como para transformar el mundo, una comunidad o un país.Todas las palabras tienen un efecto: las que alguien nos dice, aquellas que nosotros decimos y, las principales, esas que a diario nos dirigimos a nosotros mismos, en la privacidad de nuestros pensamientos, desde “qué bien lo estoy haciendo, qué fregona soy”, “no debiste hacer eso” o “qué gordo estoy”.A excepción de las que nos decimos a nosotros mismos, las palabras son estímulos externos, sonidos articulados fuera de nuestros pensamientos o nuestro ser, con un significado y sentido, que varia según como lo procesemos mentalmente y la carga emocional que les adjudiquemos.Y es en nuestra mente donde está el poder de controlar, impulsar o ignorar las palabras que recibimos de los demás, que nuestro mundo nos profiere a diario. Por ejemplo, si algún extraño dice “buenos días”, ese estímulo externo puede procesarse como algo que nos genere alegría, bienestar o simpatía. Pero igualmente, así como nuestra mente nos lleva a eso, también puede generar angustia o sospecha porque alguien que no conocemos nos haya saludado.Las palabras adquieren un sentido en la manera como nuestra mente las asimila y las interpreta. Si en el extranjero y alguien grita o hace sonidos inentendibles en otro idioma, aunque no se tenga el significado, seguramente la mente puede darle un peso negativo a ese estímulo y generar incomodidad o molestia. Por el contrario, si la mente se aísla de ese estímulo y lo ignora, el efecto sobre la tranquilidad será nulo. Podemos discriminar, ignorar y no darle peso a lo que nos dicen ciertas personas, incluso por salud mental.Tenemos el poder de controlar el efecto de las palabras que otros nos dirigen en nuestro estado de ánimo o ideas, pero también necesitamos ser conscientes de lo que decimos a las personas que creen o confían plenamente en nosotros. Todo lo que decimos a nuestros hijos, a nuestros padres, a nuestros mejores amigos o íntimos colaboradores, son estímulos que pueden marcarlos, impulsarlos o lastimarlos de manera importante.Desde un “Eres maravillosa” hasta un “qué inteligente y brillante mujer”, “qué hijo tan listo tengo” tiene gran incidencia. En medio del coraje hay quienes dicen a los niños: “Eres un tonto/a, eres un flojo/a, no sirves para nada”, así los agreden, tocan su identidad, inciden negativamente en su vida. Las palabras también crean la realidad; como dueños de nuestros pensamientos, seamos responsables de lo que nos decimos.El lenguaje sana o enferma, diría mi papá. Siempre tengamos palabras bonitas y de amor para las personas que amamos, que sean estímulos positivos para quienes queremos, quienes nos acompañan y nos cuidan. Aprovechemos estas fechas para hacerlo, para decírselos. ¡Que tengan muy felices fiestas y un excelente 2023! Instagram: vania.dedios