El conflicto interno que ocurre en Morena es tan típico de los partidos políticos que mueve a risa. Pero la sonrisa se congela cuando recordamos que el Partido Movimiento Regeneración Nacional (Morena) es mayoría en la Cámara de Diputados y en el Senado, y que, si se lo propone, aprobará una reforma como la de justicia, que nos haría regresar a las condiciones de sometimiento y autoritarismo que se vivieron en los años 70 del siglo pasado.El Movimiento de Regeneración Nacional que fundó y dirigió férreamente Andrés Manuel López Obrador desde octubre del año 2011 y hasta llegar a la Presidencia de la República, está fracasando en su propia regeneración. Para empezar la semana, tiene dos presidentes y en medio de las impugnaciones, el Tribunal Electoral decidirá si vale o no el último congreso extraordinario en el que fue elegido el diputado federal Alfonso Ramírez Cuéllar. ¿Cómo entender lo que pasa en Morena?De entrada, Yeidckol Polevnsky, venida a presidenta después de que el Presidente López Obrador asumió el cargo y se fue a Palacio Nacional, no quiere soltar el cargo. Pretende mantenerse y, además, ser candidata para el máximo cargo partidista en un congreso nacional que aún no tiene fecha porque ni siquiera cuentan con un padrón de militantes aceptable.La lucha es tan encarnizada que ni el mismo Presidente López Obrador quiere meterse… al menos públicamente. En el último mensaje a los dirigentes del partido, les pidió algo obvio, pero lejano: que sean demócratas.Dirigir al partido, personalmente, o por medio de un incondicional, es una ambición (¿lícita?) de personajes como la misma Polevnsky, Ricardo Monreal y Bertha Luján. Todos quieren mandar y controlar las candidaturas para la elección intermedia del año 2021 y claro, la sucesión presidencial del año 2024.¿Morena es un nuevo partido político? ¿Inauguró un comportamiento inédito entre los partidos? No. Es más de lo mismo. No existen los “nuevos partidos”. Unos con más apego a la legalidad, con comportamientos más democráticos, otros con mucho menos, pero todos están conformados por facciones que se enfrentan por el control y el poder.Los partidos siguen este tipo de dinámicas en sitios tan diferentes como Italia, Japón, Francia o Sudamérica. Ahí está el caso del fujimorismo peruano, que guarda similitudes notables con Morena en tanto que surge esperanzado en el carisma de un caudillo -Alberto Fujimori allá, López Obrador aquí- y se impulsa por la expectativa de una parte mayoritaria de la sociedad, que anhela un cambio radical. En Perú, ahora, y después de décadas de tropiezos, el fujimorismo tiende a la desaparición.El problema con Morena es que la mayoría que lo llevó al control del Poder Legislativo federal para subyugarse a lo que disponga el Presidente, mantiene la creencia en esa “diferencia”, en esa pureza que no existe. Y perversos, los líderes de facciones alimentan esa imagen artificial.La desventaja no está en el comportamiento de los partidos; pudieran ser mejores, sí, pero su naturaleza es la división y la lucha por el poder. Lo trágico es que esa esperanza opera en favor del debilitamiento de las instituciones, la mayor inoperancia de las leyes y un retroceso cada vez más peligroso.