Quienes le vendieron al aún presidente municipal de Guadalajara y próximo candidato a gobernador de Jalisco, Enrique Alfaro Ramírez, la idea de instalar en un espacio público la pieza escultórica denominada “Árbol Adentro” (título de un poema de Octavio Paz), argumentaron que la misma —una cabeza de cuatro metros de altura, rellena de tierra, con un roble en su interior y provisto de una escalera para facilitar el acceso a quien quiera tomarse una foto con esa escenografía— “hará una evocación al nacimiento de los pensamientos (!) y el proceso de reflexión en el ser humano”.Si Alfaro hubiera decidido comprar la escultura con su dinero, su decisión habría sido muy respetable. Total, sobre gustos no hay nada escrito… y muy su dinero. En cambio, invertir en ella cuatro millones y medio de pesos, tomados de las arcas públicas, en nombre de un programa dizque de “arte público”, a sabiendas de que en la ciudad hay muchas carencias —en materia de seguridad, de servicios públicos, etc.— precariamente satisfechas “por falta de recursos”, denota, por decir lo menos, una dosis estimable de irresponsabilidad en el manejo del Presupuesto de la comuna.-II-La idea original, de instalar ese adefesio en el Jardín de San Francisco, fue rechazada por el Instituto Nacional de Antropología e Historia, por considerar que la pieza desentonaba con el valor patrimonial y arquitectónico del entorno. La decisión de colocarlo en plena Avenida Alcalde, a unos pasos de la Rotonda y a tiro de piedra de la Catedral, es, a reserva de la más docta opinión de los entendidos, una más —la enésima, para ser exactos— de las muchas atrocidades que se han perpetrado a costa del erario y en contra del sentir de los habitantes.“La Inmolación de Quetzalcóatl”, “Los Arcos del Milenio”, los muros de mármol del Parque de la Revolución y por lo menos otra media docena de “monumentales” estramancias escultóricas —concebidas por ciertas “vacas sagradas” (de cuyos nombres, por higiene mental, es preferible no acordarse…)—, lejos de embellecer los espacios públicos en que “el supremo Gobierno, que no se equivoca nunca” —como Decía Pito Pérez— decidió instalarlos, los han afeado; lejos de enriquecerlos, los han empobrecido; lejos de dignificarlos, los han desaliñado.El Monumento a la Migraña, La Apoteosis de la Jaqueca, La Evocación de la Cruda —por lo que sugiere la expresión del rostro— o como vaya a denominarlo la “vox populi”, se suma, por derecho propio, a esa lista.Total, el pueblo paga… y calla.