La crisis no tiene freno. Simplemente de nada han servido las políticas públicas que implementa el Estado Mexicano para contener –mucho menos revertir– la grave crisis de inseguridad, violencia y desapariciones que permean al territorio nacional desde el impune Calderonato.Y en Jalisco sí hay mucho de qué preocuparse, pues hace años que esta Entidad ocupa el nada honroso primer lugar nacional en personas que no regresan jamás a casa.Cuando se ven los toros desde la barrera, hablar de lo fácil que es ejecutar la faena es de lo más natural. Pero si esta metáfora taurina se traslada a un ejercicio de Gobierno duele, porque si el candidato Enrique Alfaro escuchara al gobernador saliente Enrique Alfaro decir que “se hizo lo que se pudo” en materia de desapariciones, el primero tendría muchísimo que criticarle al segundo.Y, sí: justo eso ocurrió.En una de sus últimas entrevistas banqueteras, el mandatario que está por ceder la estafeta a Pablo Lemus reconoció que su administración “trabajó hasta donde pudo” y que “hizo su mejor esfuerzo”. Pero, al final, más de 15 mil personas desaparecieron durante su guardia, y eso bajo ningún pretexto puede leerse con tranquilidad.Sin embargo, el gobernador saliente atina cuando afirma que se trata de un tema de la mayor complejidad, pues la cantidad de personas que alimentan los tentáculos de la delincuencia es extensa. Pero, como lo describe la Constitución, su tarea como autoridad siempre fue resolver y no pretextar. Para eso dispone del dinero de las personas. Para eso se postuló dos veces al cargo.Esta crisis de desapariciones está vinculada a factores sociales, económicos, políticos y hasta culturales. No se trata sólo de comprar mejores pistolas y accionarlas a la menor provocación, sino de atacar el problema de raíz. Ir a lo inmediato, sí, pero también a la estructura.Si nueve de cada 10 crímenes en México quedan impunes, ¿cómo no se va a perpetuar la crisis de desapariciones? Y si las instituciones que se encargan de impartir justicia tienen serias carencias de forma y de fondo, y hasta agentes infiltrados desde el ala oscura, ¿con qué cara se contiene el crimen? Según la teoría de la anomia de Émile Durkheim, la ausencia de normas claras fomenta comportamientos desviados, por lo que ahí está la consecuencia de esos yerros del sistema como lo conocemos y sufrimos.También es necesario creer que todas las personas valen lo mismo y prestar la misma atención a quienes viven en el Centro y en la Periferia. A los de Guadalajara y los de Mezquitic; a los de Zapopan y a los de Jilotlán; a quienes dirigen empresas y a quienes las hacen fuertes. Todos merecen protección, cultura, educación de calidad, accesible y empleos dignos.Y si te sobran unos centavos, ¿qué tal promover la organización comunitaria para la defensa y monitoreo entre vecinos? Quizás no lo sabes, pero donde hay mayor cohesión también hay menos posibilidad de que ocurran delitos. La gente que se conoce y se quiere también se protege.Evidentemente, también es indispensable atacar al crimen con inteligencia. Porque si el Estado Mexicano lo decidiera, cortaría sus flujos económicos de inmediato. Y si se atiende a las familias de las víctimas como lo que son, y no con estigma y revictimización, humanizas al sistema y éste se convierte en aliado, no en obstáculo.Luego están la educación y la sensibilización social. Por un lado, la mayoría de la gente no sabe que puede exigir que se respeten sus derechos humanos y, por el otro, la incidencia es tan alta que ya hay una normalización del fenómeno. El error más grave es, precisamente, que cruzamos junto a una glorieta repleta de fichas de búsqueda que ha sido rebautizada como “de las y los desaparecidos”.Pero no es el Estado actual quien va a llevar a las escuelas, a las colonias, a los medios, campañas para animar a movilizarse y exigir. No es el Estado actual quien quiere transformar; sólo reducir indicadores. Las víctimas son cifras y ya. Acá no hay cabida para ceñirse a la supervisión y atención de organismos internacionales de alto calado que garanticen investigaciones imparciales.No acá. No en el México actual. No en el Jalisco que resume su eslogan de la Refundación en un “se hizo lo que se pudo”. No con autoridades que tienen la mira puesta en Madrid y deciden cerrar ciclos con un “trabajamos hasta donde pudimos” e “hicimos nuestro mejor esfuerzo”.