Comer pitaya no es cualquier cosa. El chiste es embarrarse la cara, los dedos. Saciar el antojo de una sola mordida. Que la pulpa se desgarre en la lengua, que las semillitas negras truenen en el diente, y que el jugo –el más importante– se escurra entre los labios. Así se come la pitaya: a mano limpia. Al menos es lo que se observa cada temporada primaveral en Guadalajara, de abril a junio.Techaluta de Montenegro es el municipio de Jalisco con mayor producción de pitayas, alrededor de 350 hectáreas de terrenos, pero también existen huertos en los poblados cercanos como Amacueca y Zacoalco de Torres, cuyo clima es también árido, ideal para este fruto exótico que crece en cactus que disfrutan precisamente de esas condiciones.La Feria de la Pitaya, sus Derivados y Guamúchiles sucede a partir del 30 de marzo y hasta el 30 de junio y está ubicada en la zona de Las Nueve Esquinas.Son justamente las altas temperaturas de esa la Región Sur del Estado las que provocan que por abril y mayo, "la privanza", momento de mayor cosecha de la pitaya, se realice durante la madrugada para evitar que los recolectores padezcan los fuertes rayos de sol.Los trabajadores conocidos como "pitayeros" se arman con botas, una lámpara sobre la cabeza y un cortador especial elaborado con un palo largo de madera y cuatro picos de metal.De noche, los "pitayeros" se pierden entre los enormes cactus en busca de las pitayas maduras.Es fácil identificarlas: si las espinas que la rodean se caen fácilmente, la fruta está lista, dice Juan Miguel López, uno de los trabajadores.La labor parece más fácil de lo que es en realidad, ya que si la persona se equivoca en el corte provoca que la pitaya caiga y que las espinas queden en su cabeza.La cosecha se hace lentamente y con cuidado porque si la fruta se aprieta de más, la pulpa se aguada y ya no sirve para la venta.Esa es otra de las razones por las que el trabajo se realiza de noche, pues el calor provoca que las pitayas no estén firmes y, además, cambia su composición química, a tal grado de que puede llegar a hacer mal estómago.La delicadeza para tratar la pitaya la tienen también los cortadores, quienes cada noche reciben decenas de rebosantes recipientes.Ayudados con una pinza de metal y un cuchillo, las manos de mujeres y adolescentes quitan las espinas y los restos de la flor para dejarlas lo más limpias posibles.Luego son acomodadas en los "chiquihuites" o canastas de hilo de hoja de palma y cubiertas con ramas de alfalfa para conservarlas frescas, listas para viajar a primera hora del día hasta los puntos de venta, principalmente en Jalisco y Michoacán.Con información de EFEOA