“Ya les pica la casa”, dirían las abuelitas cuando ven a alguien que ya le urge salirse de donde vive… Sí, ya les pica la casa a miles de niños y niñas que después de año y medio están ansiosos por regresar a la escuela y ver a sus compañeros; que extrañan las clases en las aulas, con sus maestras y maestros frente a ellos, no tras una pantalla o mensajes de teléfono. Son 18 meses desde que el COVID-19 interrumpió la educación en primarias y secundarias de 19 países. Las clases presenciales también las piden mamás y papás que, con los hijos todo el tiempo en casa, se han visto obligados a dejar o han perdido su trabajo (en medio de una crisis económica mundial), que se han visto en la necesidad de buscar quién los cuide, arriesgarse a dejarlos solos en casa o, de plano, no han tenido más opción que sacarlos de la escuela. Esto sin contar los padres de familia que, literalmente, volvieron a repasar las materias que cursaron hace décadas para hoy poder explicarle a sus hijos sobre decimales, tablas de multiplicar, reglas gramaticales y demás habilidades, destrezas y conocimientos que -sin pandemia- estarían aprendiendo con sus profesores. Y el nivel de rezago es alarmante: según datos de Unesco y Unicef, hay más de 100 millones de infantes que ni siquiera alcanzarán el nivel mínimo en lectura.En Jalisco, hasta el momento, sigue en pie el regreso a las clases presenciales. Un tema que se mantiene en el debate, sobre todo ahora con la presencia de la variante Delta del COVID-19, que es mucho más contagiosa y que ya está afectando considerablemente la salud de infantes y adolescentes. Habrá que esperar a lo que se decida en las siguientes semanas, tanto por parte de las autoridades como de los mismos padres de familia, quienes tendrán la última palabra de si envían o no a la escuela a sus pequeños.La pandemia obligó a la suspensión de clases, perjudicando a más de 156 millones de estudiantes en el mundo, con grandes pérdidas para niños y jóvenes, de las que puede que nunca se recuperen. De acuerdo con ambos organismos internacionales, algunas de ellas tienen que ver no sólo con el menor aprendizaje y la disminución en el desarrollo de las habilidades sociales sino también con la angustia mental, así como la mayor exposición a la violencia y los abusos que sufren los menores permaneciendo todo el tiempo en casa (que se supone debería ser el lugar más seguro).Y es que las escuelas son espacios donde los infantes tenían la posibilidad de acceder a algún tipo de ayuda cuando estaban enfrentando violencia dentro del hogar, ya que ahí podrían acercarse o platicarlo con sus amigos o profesores. Hoy la contingencia y el aislamiento también les quitaron esa posibilidad.Otro de los impactos que ha tenido el cierre de escuelas está relacionado con adaptarse a los nuevos sistemas educativos, un verdadero reto para los infantes y también para los profesores. Los más afectados son todos aquellos y aquellas que viven en entornos con pocos recursos, comunidades desfavorecidas y en situación seriamente vulnerable, sin acceso a herramientas de aprendizaje a distancia, como internet o siquiera a un dispositivo móvil.Pero, con un virus que continúa fuera de control, ¿qué se necesita para volver a la escuela? ¿Será suficiente limitar el tamaño de la clase y escalonar horarios? ¿Alcanzarán las medidas de seguridad y la educación sanitaria, para prevenir que continúe la propagación del virus? Mientras tanto, a nivel internacional se prevé una catástrofe generacional sino se prioriza la recuperación de la educación, sea o no en las aulas.