La imagen corresponde a un fraccionamiento “de lujo” de la Ciudad de México. Es un terreno de topografía escarpada al que dueños y arquitectos quisieron volver plano a fuerza de despilfarro de dinero e insensatez pura. Es la cruza bastarda de la casa burguesa planita y con jardín enzacatado con la inconsciencia, la ofensa a la imagen urbana general y el dispendio estructural y espacial.El caso es tan patético que pide algunas reflexiones. En primer lugar, es un reflejo del tan extendido desprecio por el territorio que ha hecho y hace estragos a lo largo y ancho del país con graves impactos en la ecología. Luego, es una muestra de la desigualdad abismal entre quienes tienen mucho y además lo ostentan por medio de miles de metros cuadrados construidos desperdiciados y quienes apenas pueden construirse viviendas de cartón de doce metros de superficie. Para seguir, el disparate así edificado probablemente ignora cualquier reglamento para lograr su objetivo, con la muy probable connivencia de la autoridad oficial, la junta de colonos, los arquitectos e ingenieros concernidos.A ojo, habrá allí, perdidos en la estructura que obtiene una casa planita para sus usuarios, el espacio suficiente para alojar más de 40 compactos y razonables departamentos. Esbocemos una hipótesis un poco extrema, que podría justificarse simplemente por un principio de justicia y equidad. Hacer un movimiento al estilo “okupa”, pero con las negociaciones adecuadas para hacerlo viable, que convierta al entramado de trabes y columnas en un seguro y satisfactorio conjunto habitacional para los menos favorecidos. Con las adecuadas ingenierías y arquitecturas es algo factible. Y deseable.Se lograría así una mejoría en la densidad poblacional y, por lo tanto, en el aprovechamiento de territorio, infraestructuras y servicios. Se propiciaría una aconsejable mezcla de clases sociales, con lo que la habitabilidad de la zona mejoraría sustancialmente (como está demostrado en todo el mundo). De ser una gélida y solitaria colonia de ricos encerrados en sus casotas podría empezar a evolucionar a un verdadero barrio en el que la vida comunitaria (adecuadamente regulada, desde luego) le diera vitalidad, calles animadas, utilización de parques y espacios abiertos, transporte, variedad de servicios y expresiones humanas.El ejemplo es replicable en decenas de construcciones similares o parecidas. Así, las ocupaciones sociales ordenadas contribuirían a generar vivienda y a proponer una elemental racionalidad en el uso de los recursos de suelo y constructivos, las condiciones topográficas, y el medio social de la ciudad.Por supuesto que esta especulación podría causar ira en indignación entre los dueños de las estramancias vacías en las que tanto gastaron su dinero. Y también en las asociaciones de colonos y en ciertos vecinos que tienen en altísimo apego lo que llaman la “exclusividad”. Pero, por el puro ejercicio hipotético, habrá que ampliar el panorama y considerar que, hasta ahora, hemos construido ciudades altamente insostenibles, excluyentes y en pocos años inviables. Y que, sin la solidaridad y la comprensión de todos los ciudadanos, cada día habrá peores condiciones de vida para todos. Así que quede aquí una modesta –aunque tal vez impertinente para algunos– proposición para encaminar a la ciudad a una vida más razonable, plena, divertida, sostenible.jpalomar@informador.com.mx