Crecimos con la idea de que el dinero ajeno era peligroso. Por lo que se refiere a la llamada “inversión extranjera” se hablaba de ello como algo en principio nocivo, después de la amarga experiencia del “Porfiriato” y de la gran injerencia que alcanzaron a tener en nuestro país los capos de las compañías foráneas que hacían y deshacían a su antojo.El “nacionalismo revolucionario” que se nos inculcó, hablaba, pues, de que debía preferir el capital de los nuestros e, incluso, con frecuencia eran cerradas las fronteras a ciertos productos para favorecer la producción nacional.Dicho de otra manera, el empresariado propio tuvo todas las facilidades y, curiosamente, a fin de cuentas, su generalizada incompetencia y voracidad dieron lugar a que ellos mismos clamaran por el libre mercado, y la preferencia del producto foráneo que, a la postre, no lo es tanto y acabamos cautivos de otros fabricantes.Hace tiempo ya, en la medida que se ha ido imponiendo lo que se denomina el neoliberalismo que, en términos mexicanos podría muy bien llamarse “neoporfirismo” la abyección con que muchos homes ricos tratan al capitalista foráneo resulta en verdad vergonzosa.Bien me lo dijo, hace tiempo, quien fuera presidente de la Cámara de Comercio de Guadalajara: “el futuro de nuestra economía está en el ‘sector de servicios’ en lo cual tenemos una gran tradición”. En palabras elegantes el señor me decía que estamos hechos para ser los gatos de los ricos forasteros.Mutatis mutandi es lo que ha surgido por encima de las aguas de la discusión sobre el tema del aeropuerto capitalino.Por no sentirme competente sobre el tema, a pesar de ser usuario bastante frecuente, decidí no votar, pero me arrepentí ante la naturaleza de las discusiones del último momento y, sobre todo, los lamentos ante los claros resultados del sentir popular de los sufragantes.Simplificando, tal vez en exceso, la oposición a Texcoco -agradecida, por los texcocanos- provenía de expertos en diferentes temas inherentes al proyecto, mientras que sus partidarios en su mayoría lo hicieron desde la perspectiva económica, lo cual culminó con la categórica declaratoria del CitiBanamex, cuya inspiración no era ni el futuro de México ni el bienestar de las mayorías, sino lo que iba a medrar dicha institución.Pero lo más lamentable de la oposición al saldo de la reciente consulta fueron quienes se desgarraron las vestiduras por el pánico que les entró ante la posibilidad de que sus amos y señores del extranjero dejaran de invertir en México y siguieran adueñándose de la mayoría de los caudales del país.Tal vez tengan razón, dada su inferioridad, en oponerse a la economía cerrada que tuvimos antaño, misma que -curiosamente- preconiza el actual presidente del país vecino que tanto veneran, pero un poco de dignidad mexicanista no nos vendría mal: “ni tanto que queme al santo, ni tanto que no lo alumbre”.Véase, como ejemplo de lo que se debería, la actitud equilibrada de empresarios que sí saben cómo están las cosas: el excelente negociador del “T-CAN” Ildefonso Guajardo y varios más, que por fortuna no son pocos.El respeto al dinero ajeno es la paz, pero entre menos se tenga que recurrir a él, mucho mejor.