Miércoles, 04 de Diciembre 2024

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¡Que no le guste a mi hijo la mariguana!

Por: Guillermo Dellamary

Lo sentimos mucho, pero cuando a un hijo ya le gusta, muy poco se puede hacer para que le deje de gustar. Tal vez sólo alcancemos a lograr a que no la consuma; pero el que ya le gustó, eso no se quita.
  

 Comprendo la aflicción de una madre cuando se entera de que su adorada criatura, anda ya fumando esa “yerba”.

    El problema es que regularmente fumarla va acompañada de dos situaciones. Una es muy probable que ya se se esté juntando con amigos que tienen la misma afición. Y dos, que se los esté ocultando a sus padres. Y que por ello ya esté de mentiroso.

    Es muy cierto también, que al descubrir que ya está consumiéndola, nos topemos con que se ha convertido en un gran mentiroso y en un experto en ocultar la verdad de su nuevo gusto.

    Al que ya le gustó y le produjo esos efectos especiales, que tanto atrapan al consumidor, es muy difícil que le deje de agradar.

    El asunto es que muy probablemente tienda a fumarla más seguido. Y lo más interesante es que aprenda muy pronto a justificar su consumo diciendo qué no es nada malo, qué todos lo hacen, qué no produce adicción, qué ayuda en muchos momentos para disfrutar la música y otras experiencias de una manera muy positiva, y en fin, cuanto argumento encuentran por aquí y por allá, para reafirmar que su decisión es la buena.

    Y no es nada del otro mundo comprender que se va a esmerar, en todo lo posible, para ocultarlo a sus familiares o amigos que desaprueban su consumo. Y que sobre todo se escandalizan por ello.

    Y lo va a confirmar el día en que sus papas se enteren, pues si que se arma Troya. Y comienza el calvario. Las madres suelen ir a escarbar por todo el cuarto del hijo, hasta encontrar las pruebas que le confirman que su intuición, o el chisme que le llegó, es cierto. Ya que se tienen, los pelos de la burra en la mano, el confrontar al hijo es la acción inmediata. Y que por lo regular el hijo va a negar.

    Pero ya todo está cocinado. El sufrimiento de los padres al descubrirlo, se convierte en un debate con la culpa y las propias acusaciones de ¿En qué fallamos en la educación?

    La próxima semana veremos qué es lo mejor a hacer.

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