IHannah Arendt dijo que la política trata del estar juntos los unos con los otros aun siendo diversos. Lo que me hace pensar: ¿Qué nos reúne de formas tan diversas e iguales? La cocina. Cocinar y comer serían, por tanto, dos de los actos políticos más trascendentes.Seguro en más de una comida se fraguaron revoluciones, golpes de estado, ascensos al poder y caídas de imperios, se ha declarado la guerra y firmado la paz. En comidas, banquetes y convites se han dirimido pleitos y amores, debates intelectuales, negocios millonarios, estafas y herencias. En una sola comida se puede definir nuestro destino y todos tendremos una última cena.IIILo que cocinamos y comemos también es producto de decisiones políticas y, ahora sobre todo, económicas. La elección de nuestros alimentos -si es que tenemos esa suerte en un país en donde 18 de cada 100 personas padecen pobreza alimentaria- es una realidad cada vez más ilusoria. El sistema productivo, por medio de la agricultura intensiva, la globalización alimentaria y la depredación ambiental, se centra en la máxima rentabilidad del producto. Mandarinas en verano, ciruelas en invierno, naranjas en primavera. Los ciclos naturales se han alterado y acelerado. Lo que comemos surge de laboratorios en vez de cocinas. El tiempo, un ingrediente esencial para preparar los alimentos, se ha recortado al mínimo para optimizar costos y ganancias.El aguacate que compré esta semana por 60 pesos el kilo en el mercado de Santa Tere de Guadalajara seguramente se cultivó en alguna de las más de 19 mil hectáreas deforestadas en Jalisco en los últimos cinco años, según el estudio “El saldo insostenible de la expansión aguacatera” del organismo Climate Rights International.Resulta irónico que existan políticas públicas que incentivan estos cultivos y colocan a Jalisco como “el gigante agroalimentario” mientras, por otro lado, nos aseguran que somos líderes en políticas medioambientales y contra el cambio climático. El precio lo pagan los más pobres, pero la factura la cobran las trasnacionales y el mercado global.Los alimentos que nos rodean tienen una historia. Tristemente, esa historia, se explica por una lógica económica, no de suficiencia alimentaria, no de autoabastecimiento, no de necesidad.IIIEs sorprendente cómo ciertos principios de la cocina se pueden aplicar a la praxis de la política. Una de las mejores lecciones de filosofía política me la leí en un libro acerca del célebre chef Ferran Adriá cuando se refirió a los límites de la creatividad en la gastronomía: “Tiene que haber un equilibrio entre lo que quieres hacer, lo que puedes hacer y lo que el comensal quiere”. La pauta que, en esencia, debería seguir un buen Gobierno. ¿No sintetiza esta reflexión culinaria siglos de filosofía política?***Todas estas reflexiones surgieron tras la lectura del número 39 de la Revista Folios editada por el IEPC Jalisco dedicado a la cocina y la política bajo el título: “Democracia a la mesa”. La edición, coordinada por Mariana Favela, doctora en Filosofía de la Ciencia y especialista en Cultura Política e Historia de la Alimentación, es un nutritivo viaje al significado de nuestras prácticas alimentarias y el trasfondo político, económico y cultural que las configuran.Este jueves 30 de noviembre participo como integrante del panel que presentará esta edición a las 17:00 horas en el pabellón del IEPC Jalisco de la FIL Guadalajara.No sólo como individuos, también como sociedad, somos lo que comemos.