Como se esperaba, en su rueda de prensa mañanera el Presidente Andrés Manuel López Obrador no se movió un ápice de su discurso descalificatorio de los miles de ciudadanos y ciudadanas que participaron el domingo pasado en todo el país y en ciudades del extranjero en defensa del Instituto Nacional Electoral (INE). Esa actitud de cerrazón recuerda y lo pone en una postura similar a la que asumió en su momento el presidente Carlos Salinas de Gortari, otro de sus villanos favoritos por ser el mayor impulsor del neoliberalismo al que atribuye todos los males del país, y cuya animadversión sólo se ha visto opacada por la que ha mostrado contra el ex presidente Felipe Calderón, al que acusa de haber permitido un narco estado luego del juicio condenatorio contra su ex secretario de Seguridad, Genaro García Luna (con cuya culpabilidad, la 4T, quiso burda, pero fallidamente, desvirtuar la causa de una marcha que unió a opositores pero también a miles de ciudadanos sin afiliación partidista). Me refiero al clásico “Ni los veo, ni los oigo” que acuñó Salinas de Gortari y que expresó la prepotencia, insensibilidad y repudio a la crítica con la que cerró su sexenio, cuando se le cuestionó sobre las interpelaciones de los legisladores del Partido de la Revolución Democrática (PRD) durante su Sexto Informe de Gobierno en 1994.Ayer, AMLO lanzó la versión 4T de aquel dislate salinista al no sólo minimizar la que muchos consideran ya la más grande movilización ciudadana de la historia del país, y tachar a los participantes de ser defensores de la corrupción, del conservadurismo y de las oligarquías, sino de llegar al extremo del sarcasmo con el mal chiste que en la manifestación en defensa del voto libre en el Zócalo de la Ciudad de México se incrementó el robo de carteras por tanto delincuente “de cuello blanco” que había participado.Si aquel desprecio salinista a la crítica de la oposición se atribuyó a su pragmatismo a ultranza para cumplir su discurso modernizador ignorando la grandes brechas sociales y de pobreza del país, ahora, podemos decir que el afán polarizador de López Obrador para mantener su confesa estrategia política para mantener el poder a costa de los pobres, lo está haciéndose mostrar como quien no ve ni escucha a otros actores de la sociedad que ven en riesgo la consolidación democrática del país.La burla presidencial a la expresión ciudadana del 26F sólo se puede explicar al cálculo del Gobierno de la autollamada cuarta transformación de que su guerra contra el INE, y el golpe mortal que le quieren dar con el conocido como el “Plan B”, ha unido como ninguna otra causa o yerro político del actual sexenio a la oposición con liderazgos emergentes de la sociedad civil, y lejos de rectificar, han decidido doblar la apuesta por el discurso de enfrentamiento entre ricos y pobres. Una decisión de alto riesgo, que se les podría revertir y costarnos mucho como país.jbarrera4r@gmail.com