En Youtube encuentras el video del experimento que realizaron en 1999 los investigadores Daniel Simons y Christopher Chabris en la Universidad de Harvard. Dura apenas un minuto y lo puedes aplicar a un conocido. Yo lo apliqué ayer a mi madre. Muestra a seis estudiantes, tres con camisa blanca y tres de negro, en donde cada equipo intercambia un balón de básquetbol mientras caminan en círculos. El experimento consiste en pedirle al observador que cuente el número de veces en que los integrantes del equipo blanco intercambian el balón. La respuesta es: 14 veces. Pero el número no importa porque luego, con tono sesudo de investigador de Harvard, se cuestiona al susodicho con la cejita ligeramente alzada: ¿viste al chango? La mitad de los voluntarios responderá, sorprendido, que cuál chango. Al regresar el video, se verá que justo a la mitad aparece una persona con un disfraz de chango, se coloca al centro de los alumnos, mira a la cámara, se golpea el pecho y sale de cuadro después de nueve segundos. Para la mitad de los sujetos, el chango es invisible. Este experimento, un clásico de la psicología, ejemplifica los llamados sesgos cognitivos. En este caso, cuando nos concentramos demasiado en un solo aspecto de la realidad, dejamos de notar otros elementos escandalosamente obvios y evidentes ante nosotros. Por lo común, se usa la expresión metafórica del “elefante en la sala” para aludir a aquellos problemas que la clase política ignora deliberadamente. Hay, en esta figura, un componente de reclamo ante el cinismo o la indolencia de los gobernantes. Pero, ¿y si no es un elefante sino un chango? Es decir, ¿qué tal si en realidad nuestros gobernantes padecen sesgos cognitivos que les imponen limitaciones para procesar la información y percibir la realidad? Una especie de “ceguera cognitiva”, como me explicó Miriam, una inteligentísima psicóloga y amiga. Por eso ciertos políticos se enfocan de forma selectiva en ciertos aspectos de la realidad: saltan a conclusiones pese a la ausencia de evidencias; hallan patrones en hechos no relacionados pero que confirman sus creencias; sobreestiman sus habilidades, son incapaces de cambiar de opinión e ignoran lo que está frente a sus ojos. Todos estos comportamientos son sesgos cognitivos en el sentido clásico. Todos los tenemos, por supuesto, pero la diferencia entre nosotros y la clase gobernante es que en el caso de estos últimos, sus decisiones impactan la vida de millones de personas. Una forma de combatir estas “trampas” de nuestra mente consiste en tomar decisiones colegiadas en donde más individuos adviertan los riesgos de una visión parcial de la realidad. Por eso este problema se agrava, sobre todo, entre hombres poderosos, autocráticos e impermeables a la interlocución o rodeados de aduladores que sólo les regresan, como un eco o como un espejo, su propio reflejo de prejuicios, sesgos y patrones de pensamiento erróneos, pese a la abrumadora evidencia externa de que hay un chango en la sala. Por cierto, mi madre sí vio al chango. Hagan ustedes la prueba con alguien. A mí me encantaría aplicarla al gobernador o al Presidente. Aquí el video: https://youtu.be/PbVYH8FCLvo