Los días que acabamos de vivir están frescos todavía en la mente y en el corazón de cada uno de nosotros, recordando a nuestros santos, a nuestros seres queridos difuntos y a todos aquellos que se han ido antes que nosotros.Sin duda todos hemos sentido muy profundamente todo cuanto nos rodea e inevitablemente nos reflejamos como en un espejo para reconocer que tanto la vida como la muerte son parte de nuestra realidad.Por eso nuestra reflexión de hoy tiene un sesgo muy personal, porque todos caminamos por un camino sumamente estrecho entre dos abismos y el evocar a seres queridos que ya se han ido tiene siempre una doble dimensión.* Traemos a la memoria su recuerdo para que sigan viviendo en nuestro pensamiento y en nuestro corazón. Tal vez nuestros altares sean más fantasía, pero nuestras oraciones salen del alma al rezar por ellos, como también, a lo mejor inconscientemente también deseamos y esperamos que un día, oren por nosotros los que sobrevivan. **Instintivamente volvemos la mirada a nuestra propia vida tan frágil y tan amenazada, sobre todo en momentos en que parece que la muerte acecha en cada esquina; y aunque muchos parecen no temerle y están muy prontos a reírse y a desafiarla… demasiado nos estamos dando cuenta de que la amenaza es verdadera en muchas formas y sentidos.La otra vidaEs otro tema de reflexión profunda que no debemos soslayar. En todas las épocas de la historia y en todas las culturas, el instintivo sentir de una vida nueva y duradera subyace en el ánimo de todos los seres humanos.La vida no termina, se prolonga a lo largo del tiempo en un nivel superior, infinitamente mejor, aunque desconocido todavía e inexplicable para quienes vivimos atados a este mundo material.Y aunque en la actualidad muchos se creen progresistas o de avanzada simplemente porque rechazan las enseñanzas tradicionales y la promesa de Jesús con miras a una resurrección futura y eterna; pero luego van, encandilados, a adoptar teorías rencarnacioncitas a veces absurdas.De cualquier manera, hay un sentir muy hondo dentro de cada ser humano de que tanto anhelo que ha germinado en cada ser humano pueda caducar.Por lo tanto, es necesario preparar el futuro. Y esto no es engaño. El último día de nuestra vida terrena va a llegar, y algunos lo vemos ya muy cercano… y lo que es incuestionable es que de cuanto aquí poseemos, nada vamos a llevar.Incluso en algún momento san Pablo hablaba que ni nuestros dones intelectuales, morales y espirituales, van a ir con nosotros, y que lo único que llevaremos como equipaje el último día y con lo cual nos presentaremos ante nuestro Dios y creador, será el amor que hayamos cultivado y hecho fructificar en nuestras manos.Y no se trata del amor que recibimos gratuitamente como un don o de los fantasmas de amor que creíamos dar… sino el amor verdadero, que repartimos desinteresadamente y sin esperar recompensa.Esa será la grandeza y la gloria de nuestra vida futura. Eso es lo que se nos invita a tener presente, y no tan sólo en un primero de noviembre donde recordamos a todos los santos y santas de Dios, sino a todos aquellos que aspiramos llegar en el futuro a la Casa del Padre, donde el mismo Señor Jesucristo ha prometido reservar un lugar a quienes, después de escuchar su mensaje, le han seguido fielmente con amor.Por eso Santos y difuntos no es fiesta de un día o de una vez al año, es el memorial de cada uno de nuestros días donde el recuerdo y la esperanza se confunden y se dan la mano en el anhelo de llegar a Dios para gozar de una vida eterna y feliz.