Nadie debe haber estado tan feliz con las imágenes de la Guardia Nacional persiguiendo y derribando migrantes, agarrándose a pedradas y lanzando gas lacrimógeno, como el presidente Donald Trump. Eso era lo que necesitaba para su campaña, para convencer a los estadunidenses de que el muro no solo lo había pagado México, sino que el muro es México. Lo peor es que el presidente López Obrador está orgulloso de la actuación del gobierno, dice que se logró detener la caravana sin violar sus derechos humanos. Quién sabe a estas alturas del partido qué entiende él por derechos humanos, esos que dice que los funcionarios ya no violan porque lo tienen prohibido.En menos de un año el presidente pasó de un discurso de bienvenidos todos y habrá visas de trabajo para el que quiera, a convertir a México en el perro guardián de la frontera estadunidense. Ese fue el acuerdo del canciller Marcelo Ebrard con el presidente Trump para evitar los aranceles y estas son las consecuencias.Si algo hemos aprendido en este primer año de gobierno de López Obrador es que la distancia entre el discurso y la práctica es mayor que con otros presidentes, no solo porque habla más que cualquiera, sino porque es más contradictorio entre lo que dice y lo que hace, entre lo que imagina y lo que sucede. La verdadera política migratoria no es la que él recita en las mañaneras, sino la que se aplica en la frontera sur y esa es la de la mano dura. El único que ha alzado la voz y protestado por la política de cierre de fronteras ha sido Porfirio Muñoz Ledo, quien le recordó al gobierno que lo que está haciendo es anticonstitucional y, en particular al canciller Ebrard, que nuestro país firmó en diciembre 2018 (los primeros días de la presidencia actual) el Pacto Mundial sobre Migración de Marrakech, en el que reconocimos el derecho a migrar y nos comprometimos a dar un trato correcto a quienes migran, incluyendo el libre paso.Hoy ya no somos el país que le abre la puerta a los migrantes, sino el que hace el trabajo de la Border Patrol de Estados Unidos. Lo hicimos para salvar nuestra economía amenazada por los aranceles de Trump, y desde la cancillería el mensaje ha sido que no había otra salida. Sin embargo, visto para atrás, cada vez es más evidente que negociamos con prisa y miedo, que terminamos siendo el carnal Marcelo, el Patiño del presidente de los Estados Unidos en el tema migratorio.(diego.petersen@informador.com.mx)