Imaginen esta historia.Primero necesitamos un Héroe. Mejor si a su lado colocamos una Princesa emprendedora que convalide que nuestro Héroe es un varón deconstruido (aunque esa concesión sólo reafirme su posmachismo: todo cambia para que nada cambie).Imaginen ahora que un día, nuestro Héroe, tras triunfar en una gesta imposible para conquistar un Estado norteño, decide salvar a la República de “la vieja política”. ¡Qué historia!Con apenas dos años de Gobierno anuncia que el llamado es más fuerte que él. Reúne a su cohorte y publicita en todo su reino y más allá de sus fronteras que él, en sólo dos años, hizo más que en cuatro décadas de “la vieja política”. ¡Oh, magnánimo Pericles! Cuéntanos, oh Musa, las hazañas de este preclaro varón.Imaginen ahora que nuestro Héroe reúne a sus ministros y consejeros para analizar su licencia rumbo a la conquista de la República. Todos le explican que es imposible. Para conseguir el permiso necesita los votos de los parlamentarios de “la vieja política” con quienes se ha dado hasta por debajo de la lengua. Nuestro Héroe los llamó “huevones” y los legisladores nunca lo bajaron de “dictadorcito corrupto”.Pero hay otro obstáculo. La nueva Carta Magna, redactada por nuestro Héroe, establece que si se va seis meses de licencia quien designa al sustituto es el parlamento.Imaginemos que un ministro o consejero se lo explica así a nuestro Héroe:-Si usted se va, su Señoría, ellos decidirán al mandatario interino. Le explico con una metáfora. Imagine que desea saltar una zanja de seis metros, pero usted sólo puede saltar como máximo dos. Si decide brincar, ¿qué pasará? Usted azotará, mi Señor. Sólo podría saltar por dos razones: porque está usted idiota, perdón su Señoría, o porque desea caerse en la zanja como un medio para conseguir otro fin. Tras esta larga reflexión, uno de los consejeros propone correr el riesgo:-Salte, su Señoría, muéstrese como un imbécil. Probablemente detonará una crisis política, pero nosotros nos encargaremos de mostrarlo como una víctima de “la vieja política”. Para eso tenemos a “Fosfo Fosfo” y a San Google, Su Señoría.¡Imaginen nada más qué historia! Nuestro Héroe hace una larga pausa, se acaricia el mentón y salta. “Venceremos”, gritan todos. Entonces pide licencia y a los 10 días, como estaba previsto, genera una crisis política en su Estado. Pero no termina aquí. De último momento, con la situación fuera de control, los parlamentarios enardecidos y sin el respaldo de los jueces, nuestro Héroe se ve obligado a regresar a gobernar su Estado.La historia se pone triste pero interesante. Nuestro Héroe, con un discurso enardecido, informa que antes que la República, por ahora, están sus norteños. Entonces cuelga los tenis pero…A partir de ahora Nuestro Héroe construye un discurso de víctima cada vez más potente. Pasan los días. ¡Pobre cordero sacrificado ante las malignas fuerzas oscuras de “la vieja política”! ¿Cómo es posible? Sus estrategas comienzan a inflar la expectativa.La Carta Magna del país indica que ya no puede postularse para salvar la República, pero nuestro Héroe acude a los jueces. Allí en los tribunales, en donde todo está sujeto a interpretación, pelea su inalienable derecho político a competir por la República. Días o semanas después, el Gobierno de los jueces le concede su derecho pese a la norma constitucional. Y nuestro Héroe regresa, triunfal, doblemente fuerte, imbatible, tras la mejor y más inédita campaña. Así estaba planeado. Esa era la verdadera ruta al saltar una zanja imposible.Decir que los mejores gobiernos son los que mejor comunican es una falacia: gobernar es más que comunicar. Pero decir que los gobiernos que mejor comunican ejercen más eficazmente el poder, eso nunca fue más cierto. ¿Se imaginan qué gran historia?