Si un delito, de nada sirve denunciar, decimos. Si un trámite burocrático se resuelve pagando una cuota extraoficial, son unos corruptos los que aceptan la dádiva, pero, qué remedio, decimos. Si las cosas en la colonia no van bien y los vecinos que tratan de organizar a los demás no dan una, ni modo de meterse, son labores para los que no tienen qué hacer, decimos. Si en la escuela de las hijas y de los hijos hay problemas, de cualquier tipo, no tiene caso ir a las juntas y hablar con las maestras y con otras madres y padres, todo se debe a que la educación en el país está muy mal, a que los valores se han perdido, así que, nada por hacer, decimos. Si la basura que generamos se acumula y huele mal, es a causa de que los alcaldes son ineptos, no tiene caso separar los desechos, el día que aquéllos hagan bien su trabajo, comenzaré a hacer lo que me corresponde, decimos. Si un domingo de cada tres años disponemos de un rato para votar (con todo el peso negativo que esas horas tienen en nuestras vidas, pensamos) cómo no sorprendernos de que nada cambie, salvo el nombre de quienes se quedan con el poder y con el presupuesto, decimos. Tenemos los gobiernos que nos merecemos, sentenciamos, y nos empeñamos en cada día merecerlos peores.Las generalizaciones son una versión ligera de la injusticia, también son musas de las caricaturas que hacemos, y éstas son espejos que distorsionan, no sólo al objeto o al sujeto caricaturizados, sino a la idea que tenemos de ellos, incluidos nosotros mismos, de ahí la eficacia, en términos de estimular la conciencia, de caricaturizar, provoca reflexiones que pueden modificar actitudes. No obstante, y lo que sigue es una estadística espuria: de cada cien al que acomodan las versiones del párrafo previo, hay diez que con correcto enojo podrían repelar: a mí no me volteen a ver; setenta que se alebrestarían, aunque nomás fuera para disimular, pues en su fuero interno saben que eso de participar en la comunidad y para la comunidad no se les da, porque no quieren que se les dé; las veinte personas restantes sin empacho revirarían: sí, así soy, y qué.Las cosas sociales mutan, no a la velocidad que cada generación quisiera, pero al cabo cambian, a veces en el sentido de las virtudes anheladas: libertad, igualdad, justicia, democracia, otras hacia caminos muy hollados por la humanidad: violencia, tiranía, explotación, autoritarismo. Y de repente se puede estar en medio, ni en una sociedad claramente enrumbada hacia Utopía, pero tampoco en una en la que la mayoría viva violentada, temerosa y resignada. Una especie de limbo en el que quienes buscan el punto en el horizonte en el que la felicidad sea uniforme y accesible, sin distingos, no están conformes, pero en la brega, más o menos estéril; en tanto que el resto se contenta con el razonamiento: hemos estado peor y hoy son pocas las molestias, o peor: somos todo lo felices que se puede llegar a ser, considerando las circunstancias, las actuales y las históricas, ni para qué moverle, cada cual a lo suyo. Ese limbo, mirado de cerca muestra que la idea de Utopía es narración de unos cuantos y que los males económicos, políticos, de seguridad, jurídicos, sociales se extienden como plaga, con más intensidad entre los pobres, las mujeres, los pueblos originarios, los habitantes del sur y entre quienes viven en zonas rurales. Unos revisan la lista de vinos para la mesa de viandas que tienen dispuesta, en tanto otras, otros no piensan sino en tener comida. Es caricatura de la dicotomía que describe al limbo ¿cuál quiere que cambie y para qué, para quién? Morar en el limbo ha acarreado una hilera de oportunistas sexenales que medran con la dicotomía, y las mudas que han propiciado son a la baja: recambio de personajes en la parte alta de la tabla socioeconómica, pérdida de lo poco institucional que pavimentaba la ruta de las y los vulnerables hacia la salud, la educación, la seguridad alimentaria, sostenimiento de los esquemas que facilitan y han facilitado desde hace mucho la labor del crimen organizado. Hoy, el oportunista de Palacio ya entendió que seis años son pocos y que un plazo indefinido es necesario para que un proyecto como el suyo cuaje: instalar, sin oposición, el bien según él lo concibe; hacer sólo y solo lo que le parece adecuado porque tener todos los días un micrófono al alcance, él cree, lo volvió omnisapiente, y a un sabio de semejante magnitud las reglas democráticas estorban, no para dirimir la siguiente elección, sino las por venir. Sí, despacha muy cómodo en el limbo en el que poco a poco nos metimos; pero él, López Obrador, nos encontró ahí, no le carguemos toda la culpa, ahora nos corresponde quitarle el candado antes de que lo ponga en la reja. Aunque la caricatura de una sociedad metida en una jaula mientras el domador blande el látigo y sonríe socarrón podría ser eficaz para echar una pensada a la situación actual, no es suficiente. Hoy sucederá la marcha-plantón que será nacional porque en cada ciudad será única; representará una de las flechas rojas que apuntan a la salida de emergencia del limbo, y aunque eso de que es “en defensa de la democracia” suena bien, es poco concreto: hoy estaremos en las plazas para acercarnos al timón de lo que como ciudadanos nos concierne: la libertad, la justicia, la igualdad, la democracia es el barco que elegimos para navegar hacia ellas. Con todo y lo que el INE representa -un símbolo social y político de primer orden-, lo que hoy mostremos será un destello al que los días, los meses y los años siguientes tenemos que añadir otros. agustino20@gmail.com