“Es silenciosa, paciente, aparece sin invitarla y sin darnos pistas. A veces es sólo un pensamiento, un día más cansado que el de ayer y usas todo tu esfuerzo para seguir con tus tareas. El siguiente día parece un poco igual, cocinas lo primero que se te ocurre y te tomas una siesta en la tarde. No estás para nadie, por hoy, que se las arreglen sin ti. Y lloras sin saber por qué. Buscas en tu cabeza alguna razón: no, no tengo problemas familiares, ni económicos, ni con mis amigos… mi vida es increíble, no hay de qué quejarse. Y entonces te culpas, cómo es posible que teniéndolo todo no seas feliz. Supones que eres una desagradecida que no valora lo que le han regalado, que busca problemas donde no los hay. Te secas las lágrimas para que ellos no se den cuenta. Es una tontería que desaparecerá mañana”.“Pero no se va. Amanece y sin darte cuenta has dado un nuevo paso en una espiral que te hunde. Hoy decides que no tienes ganas de hacer nada, ¿a poco no te mereces un día libre? Pero el descanso no resuelve nada; piensas que no deberías estar ahí, entre las sábanas, mientras los tuyos se esfuerzan. Y con horror descubres que no tienes voluntad, que no te importa, que ni siquiera quieres intentar levantarte. Que piensen lo que quieran, que se las arreglen como puedan, tú no estás, no puedes estar”.“Un día más y los tuyos ya se han dado cuenta de que algo no está bien y te preguntan. Tratas de explicarles, pero no hay manera porque no entiendes, solo sabes que estás muy cansada, que te gustaría ya no estar, que sólo sientes este desgano y la pesadez de cada día. ¡Échale ganas!, te dicen, sal con tus amigas, haz ejercicio, búscate una actividad para que te sientas mejor. Y tú solo quieres gritarles que no entienden, que no puedes, que se te han ido las ganas y las fuerzas, que piensas en morir, pero ni siquiera tienes energía para pensar cómo. Y lloras, lloras mucho. Luego llega la noche y cuando pones la cabeza en la almohada te asustas, sientes que en verdad te vas a morir, y te late el corazón a mil y te tiemblan las manos. Te levantas, vas al baño, te tranquilizas y te vuelves a acostar, pero esta vez te falta el aire y por fin entiendes que es un ataque de pánico, de esos que tanto has oído hablar y que no sabes controlar. Respiras… respiras… ya pasó”.“En la terapia no puedes explicar nada objetivo y sólo balbuceas entre lágrimas desesperadas que no sabes qué te pasa pero que ya no puedes más, que ni siquiera tienes fuerzas para luchar contra esto. Así que te mandan con el psiquiatra y recuerdas todas las veces que criticaste a las mujeres que tenían ‘depresión’, en cómo las juzgabas por ser seres débiles que no podían con su propia vida. Y ahora el psiquiatra te dice que eres tú la de la depresión, leve todavía, pero que habrá que medicarte. Y te rehúsas. La soberbia con la que has vivido se ríe de ti, ¡cómo no voy a poder con mis emociones!, claro que puedo. Pero no puedes y finalmente te rindes y humildemente abres el corazón a todas esas mujeres que, como tú, sin saberlo, viven esta enfermedad en silencio, sobreviviendo como pueden, fingiendo que todo va bien y juzgadas por un entorno que no sabe lo que sufren ni la dificultad de salir, porque no es cuestión de voluntad, o de echarle ganas, es una condición que tiene que ser atendida y que le puede pasar a cualquiera, que no tiene que ver con tu estatus social, con los problemas de tu vida diaria o con tu debilidad, es simplemente tu cerebro que a veces se niega a funcionar”.Gracias, mi querida Irma, por compartirme y permitir que desde este espacio más personas sepan cómo es la depresión, cómo se padece, cómo se siente… algo que le pasa a hombres y mujeres, y lo más importante: siempre buscar y pedir ayuda, aunque a veces lo que se tenga sea tristeza.