Miércoles, 27 de Noviembre 2024

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Dejarlo hablando solo...

Por: Sergio Aguirre

Dejarlo hablando solo...

Dejarlo hablando solo...

¿Por qué no podemos dejar de hablar sobre López Obrador? Ni siquiera en la “intimidad” de una llamada telefónica. Ya no hablemos de reuniones de amigos o familiares. Y en casi todo el lugar donde se opina. O sea, en casi todos lados. Parece inevitable con su cotidiana crispación. ¿Cuál será la razón, sin tomar en cuenta el reciente y todavía no superado “gansolinazo”? Aventuro: el asumir el doble papel de vocero de su presidencia y la de Presidente al mismo tiempo. Pero no solo ello. Pudiera darse el caso de otra persona no tan proclive a tirar verbo, y menos contradictoria en su discurso. En este sentido es igualito a Trump. Aun cuando Trump lo aventaja entre otras cosas en la articulación de su discurso, aunque, a su vez, muchas veces sean tonterías, pero por lo menos es divertido. Acá se corre el riesgo de azotar sobre el tablero, al tratar de analizar alguno de sus sermones mañaneros.

No sabemos cuando está hablando el vocero, el jefe de Estado o el jefe de Gobierno. En ambos casos, -Trump y López Obrador- parece prevalecer el de vocero: el del todo se puede, todo será padrísimo y el de minimizar errores

La situación en ambos casos es tan grave porque implica por un lado, un discurso más hacia lo bonito o ideal correspondiente al vocero y, por otro, al de Presidente, en su doble vertiente, la de jefe de Gobierno y la de jefe de Estado. Ambas con una exigencia de una postura más sobre lo real o lo feito, pero con una enorme diferencia. Al hablar como jefe de Estado debe ser lo más avaro posible con las palabras, pero como jefe de Gobierno no solo puede, sino que debe de usarlas en abundancia. Pero no se trata tampoco de abusar del lenguaje y echarle la culpa al criticón de enfrente de todo lo malo, como es el caso. Porque entre más hablan, más se terminan contradiciendo. Un día dicen una cosa y lo más grave, al día siguiente o los pocos días lo contrario.

Y no sabemos cuando está hablando el vocero, el jefe de Estado o el jefe de Gobierno. En ambos casos, -Trump y López Obrador- parece prevalecer el de vocero: el del todo se puede, todo será padrísimo y el de minimizar errores. De ahí los enredones de lengua de dichos personajes. Para ellos gobernar es dar un show. Así sea viendo los daños de seguirle la corriente al arlequín, en lugar de al jefe de Estado. Pero con otra diferencia, López Obrador si puede hacer casi lo que se le venga en gana. Como ejemplo: la manera de darle mate al nuevo aeropuerto (NAIM) se manejó, no como amerita la interrupción de un proyecto de Estado, sino más bien como el de un escenario de una fiesta infantil (¿acaso así nos ve a los ciudadanos?) Se vale del vocero de la presidencia una irresponsabilidad u otra. Pero cuando vienen y tan seguido también del Presidente, las ocurrencias, despropósitos, insultos, contradicciones y, en general, de todo tipo de dichos negligentes acaban preocupando a todo mundo. Y es natural. Y  así seguirá. Teniéndonos en vilo a aquellos interesados en la información por razones profesionales o por gusto. ¿Mañana cuál rareza seguirá? y Así.
 

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