El formato del primer debate presidencial nos deja una lección: la participación ciudadana por sí misma ni garantiza ni eleva la calidad de la discusión. El INE impulsó un inédito ejercicio participativo a través del envío de preguntas de ciudadanos y ciudadanas para formularlas durante el ejercicio. Una plataforma en línea recolectó 24 mil preguntas de todo el país que después sistematizó Signa Lab del ITESO a partir de una metodología especificada por el INE. De ahí surgieron 108 preguntas y los dos moderadores eligieron 30 para formular a las y el presidenciable. En teoría sonaba muy bien. Los ciudadanos y ciudadanas hacían preguntas para plantear en el primer debate presidencial. ¿Qué podía salir mal? Sin embargo, las preguntas seleccionadas y el formato encorsetaron la discusión. Percibimos un ejercicio desordenado. La propia moderadora Denisse Maerker advirtió para el tercer segmento que habría saltos abruptos en las temáticas. Esto también impidió profundizar en temas como la corrupción, la salud y la educación. De hecho, los vaivenes y prisas del ejercicio replicaron en cierta medida la estructura caótica de las redes sociales en donde una lógica caprichosa sustituye cualquier hilo conductor. Algo parecido sucedió durante el primer debate de las candidatas y candidato a la gubernatura de Jalisco. En ese caso, las preguntas se recolectaron vía redes sociales y el proceso de selección fue manual. Pero el principio de democratización y participación ciudadana supeditado a la tecnología es el mismo. Sin embargo, ciudadanizar las preguntas vía una plataforma online y redes sociales jamás sustituirá una estructura temática bien planeada ni a un moderador proactivo con mayor libertad para orientar la conversación. Maerker intentó esto último con la limitante del formato. Las preguntas de ciudadanos y ciudadanas, aprovechando la tecnología, son un excelente complemento, pero en estos dos ejemplos quedó demostrado que convertirlas por sí solas en el eje rector robotiza la discusión. El debate presidencial replicó, negativamente, la caja de resonancia caótica en que se ha convertido la conversación digital. Dudo que podemos ver ahí un logro. La idea de que el internet y las redes sociales iban a promover una mayor libertad y democratización del debate público ha sido severamente cuestionada por lo menos desde 2016, año de la elección de Trump y el Brexit. De la Primavera Árabe y el utopismo tecnológico pasamos a la desinformación, las cámaras de eco o burbujas informativas, el discurso de odio, la tiranía del algoritmo y la propaganda computarizada en redes sociales. La tecnología es una herramienta para incentivar nuevos mecanismos de participación democrática. Pero también puede ser un obstáculo. jonathan.lomeli@informador.com.mx