La confusión reinante en México se nutre, además de la preocupación por los daños que ya provoca la pandemia del coronavirus (Covid-19) y la crisis económica paralela, por la fractura quizá irreversible de los mecanismos de ejercicio del poder que se habían instalado en el país prácticamente desde que acabó la Revolución Mexicana.Podemos entenderlo con claridad si observamos la discusión que tiene lugar en el vecino Estados Unidos: mientras el presidente Donald Trump acordó el paquete de ayuda económica más grande en la historia del país y trata de acelerar el regreso a la actividad económica, los gobernadores de los estados más afectados por la pandemia critican la premura del gobierno federal y cada uno decide, con el tema sanitario como prioridad, en qué fechas terminará el confinamiento obligatorio de las personas.Y no hay ninguna crisis. A nadie le parece que haya rebeldía de los gobernadores.En nuestro país, por el contrario, se ha instalado una discusión de alcance nacional que además se extiende al megáfono de las redes sociales. La lucha es encarnizada, plagada de descalificaciones y con dos bandos muy claros: los que aplauden a los gobernadores y demeritan todo el trabajo del gobierno del presidente Andrés Manuel López Obrador, y quienes por otra parte, consideran traición a la Patria cualquier postura contraria a lo que sale de Palacio Nacional.Los argumentos sólidos, racionales y ocupados en el futuro inmediato del país, casi no tienen lugar en esta contienda, y cuando los hay, son ignorados porque el encono es total.El llamado a la unidad, tan repetido que se desgastó casi por completo, no ha sido tomado por ninguno de los factores de poder en el país: no lo hace la Presidencia, tampoco el Poder Legislativo y mucho menos el Judicial, que vive también su propio aislamiento voluntario. No lo hacen los organismos empresariales en general, y acaso la excepción son las instituciones académicas, que han conservado un resto de cordura y se unen a atender la emergencia sanitaria que se agudizará en las semanas siguientes.En este extraño e histórico paréntesis nacional, hasta las iglesias que tradicionalmente se involucraron alzando la voz, se han quedado también a un lado, al prohibirse todas las actividades masivas.Por si fuera poco, apenas al iniciar esta semana ocurren eventos extraordinarios: la más grave jornada de homicidios violentos con 105 en un solo día; la violencia no se detiene con la pandemia. En el ámbito económico, se registra la peor caída en los precios del petróleo, lo que sólo anticipa más daño a la economía mexicana, arrastrada por la estrategia de rescate de Pemex. Y para rematar, la reaparición de los senadores para aprobar el proyecto de Ley de Amnistía en un hecho que demostró la incapacidad de negociación de las fuerzas políticas, sencillamente porque la mayoría está sometida a la voluntad presidencial y el resto está disminuido por la desconfianza ciudadana.En este revuelto escenario, ocurre que algunos gobernadores como Enrique Alfaro en Jalisco, o sus pares en Michoacán, Nuevo León, Coahuila o Tamaulipas, toman la iniciativa y deciden rutas de acción ya sea para encarar los contagios o para evitar un golpe económico más grave. Eso puede ser positivo en el mediano plazo y tal vez sea la semilla de un nuevo equilibrio en el ejercicio de gobierno.Mientras, hay que esperar dentro de casa.