Pasan los días, las malas noticias económicas se vienen en cascada y el secretario de Hacienda, Arturo Herrera, sigue ausente de la vida pública del país en el momento en que su presencia es fundamental para enviar los mensajes correctos a los ciudadanos y a los mercados. Pero no, o bien el presidente no lo quiere en la palestra o el secretario no quiere decir lo que el presidente quiere escuchar, como sea el resultado es el mismo, una ausencia demoledora para la economía nacional.Cuando Arturo Herrera tomó posesión como secretario, tras la sorpresiva renuncia de Carlos Urzúa, lo primero que hizo, soto voce y sin hacer gran alharaca, fue renegociar algunas de las deudas de Pemex para quitarse de encima a las calificadoras que veían con nerviosismo el plan de negocios de la petrolera mexicana que no tenía, desde su perspectiva, ni pies ni cabeza. Hoy, tras la caída de los precios internacionales del petróleo y el aferre del presidente de mantener su plan de inversión en refinerías, las calificadoras pusieron la deuda de Pemex en nivel basura o de alto riesgo, lo que implicará que todos los fondos de inversión que tengan en su cartera bonos de Pemex tendrán que deshacerse de ellos. Recuperar el grado de inversión llevará al menos cuatro años, es decir, lo que resta del sexenio. Lo esperado era que saliera el secretario de Hacienda a calmar las aguas, pero no, el secretario sigue escondido o guardado porque no sabemos si la decisión de no salir es propia o por orden del presidente. Hay ausencias que matan, dice la cultura popular, y presencias que urgen: la del secretario Herrera es una de ellas. Ya no solo es que no salga a dar tranquilidad a los mercados, como intentan los ministros de finanzas de todo el mundo porque generar confianza es parte esencial de su trabajo, sino que su silencio comienza a ser ya parte de las malas noticias económicas, desde quien lo ve como una renuncia de facto hasta quien especula un distanciamiento con el equipo compacto del presidente. Pero el rumor no necesita datos ni mensajes para hacer daño, es en sí mismo terriblemente destructor porque lo que hace es sembrar la duda, romper la credibilidad. Si perdemos el crédito en quien se supone toma las decisiones de política económica y él y el propio presidente, cada uno a su estilo, mandan el mensaje de que el secretario de Hacienda no tiene nada que decir frente a la crisis económica en la que estamos metidos, el margen de maniobra se reduce sustancialmente.Mientras tanto el presidente sigue doblando su apuesta en Pemex, pese a traer una pésima mano.