Trípoli, Líbano. A través de sus catorce siglos de existencia, esta ciudad ha sido destruida muchas veces. Y otras tantas, más una, ha sido reconstruida. Los últimos agravios son de hace poco tiempo y de allí que los tanques de guerra y los soldados cada dos cuadras no sean ninguna casualidad. La ciudad, actualmente, es espantosa. Más de medio millón de gentes que arman una vida bulliciosa, de gran vigor y muy divertida. Por momentos uno pensaría que está en el mero y querido León, Guanajuato.Pero la ciudad fue bellísima, y tiene todo para volver a serlo. Es un importante puerto frente al Mediterráneo, punto clave para muchos trayectos. Está a sólo 85 kilómetros de Beirut y todo a lo largo de la carretera existen construcciones que, invariablemente, son un horror. Nada que no pueda remediar una doble hilera de pinos del Líbano bien plantados y resguardados.En Trípoli todo está por hacerse. Desde las banquetas, los inexistentes parques, los enjarres, las casas de los pobres, el saneamiento y aprovechamiento del gran río que cruza a la ciudad en forma de cloaca a cielo abierto, las reglas de movilidad y urbanidad, la planta de tratamiento que tira al mar las aguas residuales sin control, el frente marítimo secuestrado por la industria y los basureros, y etcétera, etcétera. Pero todo es posible para esta gente aguerrida, increíblemente hospitalaria, generosa, llena de un fatalista sentido del humor, guapa.Cristianos y musulmanes parecen coexistir ahora en razonable paz. Los muros están tapizados de propaganda política y un grafitero homérico de nombre Mohamed y que estudia arquitectura trata de mejorar las cosas por medio de muy notables intervenciones caligráficas. Trípoli quiere decir tres ciudades, de las que ahora nomás se conocen dos: El Mina, en una pequeña península pegada al mar, y Trípoli, fundada mucho después en la confluencia de los dos ríos que se resuelven en uno solo. En medio, dicen, había extensos naranjales que fueron desapareciendo conforme la ciudad creció. Trípoli es la capital mundial del jabón fino, y un establecimiento los ha venido vendiendo desde 1460, y allí, en el viejo zoco maravilloso, sigue.En el escaso frente marítimo libre hay una isla pasmosa: se llama la Isla del Caos. Hay venaditos, muchos niños felices, mamás apacibles, pescadores, gente que ve una película al aire libre, arponeros como de un cuento de Melville que se aprestan a internarse en el mar a oscuras, muchachas bellísimas, gendarmes de pocos amigos. Tanto más por decir y por contar.En Guadalajara, también, está tanto por hacerse. Nuestro río, desgraciadamente, ya está enterrado. También tenemos pocos parques. Y balaceras. La gente también es buena y hospitalaria. También las muchachas son lindas…jpalomar@informador.com.mx