Miércoles, 27 de Noviembre 2024

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* Incógnitas

Por: Jaime García Elías

* Incógnitas

* Incógnitas

Lo que hicieron los dirigentes del Guadalajara al contratar a Oribe Peralta -ya el tiempo dirá si fue, como se pretende, la bomba de la temporada, o si de inofensivo salta-perico no pasa-, equivale, salvadas todas las distancias, a comprar un billete de lotería: como puede que dé acceso al “Gordo”  en juego, puede que ni reintegro reporte.

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En las redes sociales -signo de los tiempos…- predominan, abrumadoramente, las expresiones despectivas u ofensivas. Se trata, analizadas objetivamente, de ajustes de cuentas; de reacciones pasionales, motivadas por agravios acumulados a lo largo de los años en que Oribe no sólo fue jugador sobresaliente del América -su club de origen, adversario por antonomasia del Guadalajara-, sino casi un símbolo viviente del americanismo.

Desde esa perspectiva, los desahogos corresponden a la fenomenología del deporte, en que la rivalidad se transforma, sin transición, en animadversión declarada; en enemistad; en odio…

Aunque los aficionados comprenden que el profesionalismo propicia situaciones de ese tipo -la venta de Figo, del Barcelona al Real Madrid, es, quizás, el ejemplo paradigmático-, y aunque jugadores como Oswaldo Sánchez y Ramón Ramírez, que fueron ídolos con el Guadalajara, al cambiar de bandera cayeron de la gracia de los fanáticos -en el buen sentido- que los aclamaban, por lo que fueron tildados de traidores… y cosas peores, para los aficionados hay códigos inviolables: cambiar la camiseta de un equipo por la del rival más acérrimo, es de los pecados que no se perdonan.

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Tomás Boy -técnico de las “Chivas”-, en su afán de defender a Peralta, exageró al decir que “él solo ganó la medalla de oro (en los Juegos Olímpicos de Londres) con sus dos goles”: algo que omite los capítulos anteriores a la Final, y regatea el mérito que corresponde, en justicia, a todos los jugadores participantes en aquella hazaña.

Lo califica, también, como “el mejor delantero mexicano de los últimos diez años”. Muy probablemente sea cierto… pero también es cierto que la edad de Oribe, su decreciente regularidad y su menguante productividad de la temporada más reciente, recuerdan que el tiempo no perdona, sugieren que los mejores años de su carrera corresponden más al pasado que al futuro, y abren bastantes incógnitas con respecto a las perspectivas de éxito, ahora en un equipo que jugará el próximo campeonato pensando más en evitar el descenso que en alcanzar el título.

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