¿Ignoraban los porristas del Atlas presentes el viernes en el Estadio Jalisco, que se exponían a que su equipo fuera sancionado con el veto del estadio si insistían, como dicen los elegantes, en “proferir el grito homofóbico” que por años se había institucionalizado y ahora las autoridades deportivas intentan erradicar…?Por supuesto que no. Lo sabían perfectamente. Lo profirieron de manera consciente y deliberada. Lo hicieron, desde el fondo de su corazón, con toda la intención de fastidiar a sus dirigentes.*La prueba de que los porristas estaban advertidos de la posible sanción que ahora parece inminente, estriba en que hasta los primeros minutos del segundo tiempo se comportaron correctamente. Los problemas comenzaron a raíz de que el Atlas comenzó a mostrarse incapaz de jugar como se supone que está obligado a hacerlo un equipo que está abajo en el marcador y de repente se encuentra en superioridad numérica: exactamente igual que una semana antes, cuando perdía ante el Cruz Azul pero al tener un hombre más por la expulsión de Pineda, se adueñó de campo y pelota e hizo lo necesario para remontar el marcador y alzarse con la victoria.Además, desde que comenzaron las insolencias —a las que por las razones que se han discutido hasta la saciedad se ha declarado la guerra—, el árbitro acató los protocolos: advertencia en el sonido local y las correspondientes suspensiones del encuentro al reincidir los aficionados en una conducta a todas luces provocadora, enterados como estaban de sus no sólo posibles, sino casi seguras consecuencias.*A reserva de que una encuesta o un sondeo demostraran lo contrario —cosa muy improbable—, vale aventurar, no por justificarlo, sí por tratar de entenderlo, que se trata de un caso típico de despecho…Por despecho —ilustra el “tumbaburros”— se entiende “la malquerencia nacida en el ánimo por desengaños sufridos en la consecución de los deseos o en los empeños de la vanidad”. Los deseos insatisfechos, en el caso del Atlas, son del dominio público: tantos años de desencantos, de ilusiones frustradas, de promesas incumplidas…Por más que insistan en llamarla “La Fiel”, la gente que se identifica con la causa rojinegra está en el plan de dejar constancia de su hartazgo con su destino… y no porque un castigo divino o una maldición gitana lo determine, sino porque estiman que sus dirigentes no han hecho, en años, lo necesario para revertirlo.