Volver a casa sigue en la mente de los desplazados en Colombia
"Éramos como una República independiente”, así recuerda Julia Meriño el pueblo de Chengue
"Éramos como una República independiente”, así recuerda Julia Meriño el pueblo de Chengue, escenario de una masacre paramilitar de 28 campesinos que marcó la vida de esta aldea situada en los Montes de María, donde el calor del conflicto colombiano fue más duro que el Sol caribeño que la baña.
Aislado del Estado, salvo en épocas electorales o cuando el cuerpo reclamaba a sus vecinos ir al médico, Meriño no recuerda la presencia de policías o fuerza pública antes de que los grupos armados ilegales llegaran en los años 90 y convirtieran toda la zona en escenario de guerra.
Su economía giraba en torno al aguacate, una agricultura básica de subsistencia nutrida por el arroz, la yuca, el ñame y el plátano; aves de corral, animales de establo y reses.
Esto componía una vida que no reclamaba mayor ayuda del casco urbano, Ovejas, un municipio del departamento caribeño de Sucre a unos 45 minutos por un sendero casi intransitable.
Las fiestas patronales y los gallos de peleas eran su entretenimiento. También las visitas a los pueblos vecinos, el más frecuentado Macayepo.
Sin embargo, esta “armonía” relata Meriño, actual líder social y madre comunitaria, se vio interrumpida en el último decenio del siglo XX, cuando pasaron de la libertad al confinamiento.
Primero llegaron las Fuerzas Armadas Revolucionarias de Colombia (FARC), les siguió el Ejército de Liberación Nacional (ELN) y finalmente las paramilitares Autodefensas Unidas de Colombia (AUC) terminaron con el pueblo.
La matanza que ocurrió ahí parece haber sido escrita por Gabriel García Márquez, o como describe Meriño: “Chengue es una crónica de una muerte anunciada”.
El 14 de octubre de 2000 un grupo de las AUC bajo el mando de Rodrigo Mercado Pelufo, alias “Cadena”, asaltó la aldea de Macayepo donde asesinaron a 12 campesinos y propagaron panfletos en los pueblos aledaños, incluido Chengue, acusándolos de ser guerrilleros y amenazándolos de muerte.
Una falacia, como explica Meriño, ya que el pueblo “era un corredor que no podía impedir” el paso de las FARC que, de vez en cuando, les compraban alimentos antes de proseguir camino.
Ante las amenazas, los líderes de la comunidad enviaron cartas a las autoridades estatales que alertaban del riesgo inminente, pero “nadie movió un dedo”.
La madrugada del 13 de enero de 2001, “Cadena” dio la orden a Shirly Luna Díaz, conocida como “Beatriz”, de atacar Chengue con la instrucción de acabar con todos los hombres.
En un acto al estilo de Calígula, fueron ejecutadas las víctimas a golpes de machete y cuchillo. Todavía hoy los sobrevivientes están convencidos de la complicidad de la Infantería de Marina colombiana.
La gente, huyendo de las llamas que consumían el pueblo, buscó refugio en Ovejas y otros escaparon a las demás regiones del país.
En 2012, el Gobierno del presidente Juan Manuel Santos anunció el inicio de los diálogos de paz con las FARC, un proceso que se convirtió en una “realidad” para ella, agrega Meriño.
Pese a haber sufrido a las AUC en 2001 y a ver cómo las FARC asesinaban en 2003 a su esposo, la mujer nunca dudó en apoyarlo.
Las negociaciones concluyeron con un acuerdo de paz firmado el 24 de Noviembre de 2016 y que incluye en su primer punto una reforma rural.
Así, el pasado 31 de julio la Agencia Nacional de Tierras (ANT), creada en el marco del acuerdo, entregó 23 títulos de propiedad a mujeres sobrevivientes de Chengue y dos terrenos baldíos a la alcaldía de Ovejas para inversión, lo que deja a los vecinos entre la incertidumbre y el escepticismo.
El miedo de volver
Jairo Barreto, sobreviviente y representante legal de Chengue, explica que la gran dificultad que han tenido para volver a su pueblo ha sido la falta de casas.
Por el contrario, Meriño, a pesar de la nostalgia que invade los recuerdos de su niñez, siente incertidumbre por el devenir de su pueblo.
Aunque quiera volver, los fantasmas del horror de aquel 13 de enero siguen presentes: “Todo el mundo habla de lo que pasó, pero nadie habla de las secuelas”, agrega.
Uno de sus hijos “vivió esa masacre muy de lleno” y tuvo que hacer una gran labor psicológica para que él pudiera volver, explica.
El retorno implica para los vecinos mejoras en la infraestructura, ya que en Chengue no tienen siquiera sistemas de saneamiento.
Colombia atraviesa actualmente una vorágine de violencia. La Defensoría del Pueblo reveló que desde la firma del acuerdo hasta el pasado 30 de junio al menos 311 líderes sociales fueron asesinados y la cifra va en aumento.
La polvareda que arrastran esas balas lleva hasta los vecinos de Chengue ecos lejanos de guerra que alimentan sus peores pesadillas y multiplican la incertidumbre sobre su futuro.
JA