Los que ya no quieren vivir más
Dentro de todos estos fenómenos sociales y de salud, que nos están tocando vivir, han surgido una serie de consecuencias que afectan a miles de familias que han resultado afectadas por el aislamiento y las inesperadas crisis económicas que se han derivado de tantos cambios.
Concretamente nos referimos al tema del suicidio, que recientemente se ha incrementado, según cifras recientes, en comparación con el 2019, ya en el 2020, aumentó de 7.82 a 8.33 por cada 100 mil habitantes. Es decir, parece que las medidas por el COVID, por un lado, han protegido a la población de posibles decesos, pero por el otro han perturbado la vida de miles de personas que han acabado por deprimirse y no ver una luz de esperanza, al no querer seguir viviendo bajo estas circunstancias.
Es la clásica ambivalencia, que por un lado se resuelve un problema de salud pública, pero que por el otro se incrementa uno más. Lo que implica, que son soluciones parciales, que no contemplaron las terribles consecuencias que iban a resultar en la salud mental y emocional de la población.
Por defendernos de un virus, ahora tenemos el problema de la depresión, con la grave consecuencia del incremento en el suicidio.
Morir por un ataque viral, es muy lamentable y trágico, pero me parece aún más grave, que una persona elija no seguir viviendo y acabar con su propia vida porque ya no tiene alicientes para continuar. Eso es no tener calidad de vida, ya sin una promesa de esperanza para vivir.
Es necesario replantear el tema. Las medidas para proteger a la población de la pandemia, no deben de excluir la salud mental y emocional de la población.
Las manifestaciones de afecto, de cariño, de abrazos, de acompañamiento, de solidaridad, de apoyo y convivencia. Son indispensables e inaplazables, tenemos que incidir en todos los que ya no quieren vivir y así ayudarlos a recuperar el gusto por ella.