La nota nuestra
De cada día. Habrá quienes preferirían que los noticieros fuesen sólo transmisores de notas amables, suprimiendo las llamadas notas rojas que cada día salpican y cubren por completo las pantallas de celulares, televisores y computadoras con una viveza mayor que las notas periodísticas. Sería como vivir en un mundo imaginario, ciertamente, y además desprevenido.
En efecto las noticias acerca de la diaria violencia previenen a la ciudadanía pero igualmente miden tanto el tamaño del problema como la respuesta de las autoridades. Aclaro que esta violencia no es solamente la relacionada con el crimen organizado o desorganizado, es también la violencia del tráfico citadino y los cotidianos conflictos, a veces trágicos, que origina; es la intolerancia con el que va manejando adelante, o el que se atraviesa, como es también la violencia en las parejas y en las familias, con los vecinos o con los trabajadores, el total es deprimente, nos revela una foto de sociedad que no quisiéramos ver pero que actuamos todos los días.
La violencia tan diversa en su origen produce efectos muy graves en la percepción social, así la permanente sensación de inseguridad, el miedo no sólo al espacio público sino hasta a la propia casa en que se vive, la desconfianza en relación a toda persona vaya bien o mal vestida, la necesidad de protegerse no por paranoia sino por todo lo que se sabe, que suele ser más de lo que se ve en los medios de comunicación.
Cierto, hasta la fecha la impunidad, paradójicamente, sigue siendo una permanente garantía para propios y extraños, a condición de que se manejen en las grandes ligas del mundo financiero o delincuencial...
Esta realidad tiene además un efecto desalentador para la inversión extranjera, pues si los gobiernos no son capaces de garantizar ni los bienes ni las vidas de sus propios ciudadanos, menos lo harán con los intereses foráneos, eso sin meternos en las políticas de gobierno en el campo de la inversión. Cierto, hasta la fecha la impunidad, paradójicamente, sigue siendo una permanente garantía para propios y extraños, a condición de que se manejen en las grandes ligas del mundo financiero o delincuencial, en este punto nuestro país es pródigo en jueces y en amparos, pero como digo, dependiendo del nivel en que se muevan.
A quien más rebota la violencia desatada que vivimos es desde luego a las autoridades, pues como era de esperarse, todos los actuales gobernantes prometieron hasta el cansancio que abatirían la inseguridad, y a seis o más meses del inicio de su ejercicio lo único seguro es que no han podido, así lo revela el que Guadalajara sea, con Ecatepec, la ciudad en la que más robos de auto con violencia se cometen.
Tampoco han sabido involucrar a la ciudadanía y a sus diversas instituciones, públicas y privadas, en el combate a la violencia en cualquiera de sus formas, vaya, ni siquiera han podido reformar al Poder Judicial, una pieza clave a la hora de explicarnos el carnaval grotesco en que está sumergida la impartición de justicia.
Se ha ofrecido “acompañamiento” a los familiares de las víctimas, pero parece sólo un acompañamiento obsequioso, pues la autoridad ni siquiera les apoya a la hora de enfrentar todo el complejo mundo de la tramitología burocrática que deben sufrir colateralmente, y las secuelas sociales de todo tipo que acompañan a estas tragedias.
armando.gon@univa.mx