El náufrago
En uno de sus discursos, Blais Pascal emplea una parábola para explicar la situación general de los hombres. Pide a su auditorio imaginar que cada uno es un náufrago que ha sido arrastrado a las orillas de una isla remota. Casualmente en esa isla los nativos están en busca de su rey. Cuando descubren al forastero, el enorme parecido de éste con su monarca los hace creer que se trata de su príncipe perdido. Entonces lo coronan y comienzan a llenarlo de honores y riquezas. El náufrago, consciente de su verdadera condición, se deja agasajar y actúa como un rey ante sus súbditos, pero ante sí, en lo más profundo, sabe que en realidad es un náufrago. Transcurre el tiempo y por más poder y riquezas que alcanza en su papel real, nunca le abandona la consciencia de su verdadero yo.
De esta parábola, si así se le puede llamar, Pascal extrae una explicación moral sobre el papel de un hombre en su vida al saber que la mayoría de nuestros logros y reconocimientos son entregados por una convención social y el azar. Nadie elige la cuna o el país en donde nació. Ni la buena o mala fortuna de la enfermedad o la lotería ganadora. Dependemos de un equilibrio caprichoso que cambia para siempre en un instante.
En el fondo, poseemos bien poco: si tenemos suerte, un cuerpo sano y macizo para el trabajo, algunos desvelos y fuerza para el amor si acaso. Pero no más..
El relato de Pascal me hace pensar que hay dos clases de hombres. Aquellos deslumbrados y convencidos de su traje de soberano, y que arrogantes olvidan por completo su naturaleza de náufrago. Supongo que esos son los triunfadores, los que salen a ganar batallas cada día, empeñados en darle sentido a cualquier apariencia.
Y luego están los otros, esos que por más honores son incapaces de olvidar que visten un traje prestado, provisional y producto de un extraño capricho o coincidencia. Difícilmente los abandona su condición de náufragos arrastrados a la orilla de una existencia remota.
Sin duda Pascal perteneció a esta segunda clase de hombres. Fue un filósofo, matemático y teólogo francés del siglo XVI que tuvo una vida solitaria y enfermiza. Buscó a dios en el conocimiento y los números. La zozobra de esa búsqueda se refleja en una obra fragmentaria, pero valiosa y precursora del existencialismo.
Una vez dijo que todas las desgracias del hombre surgían de su incapacidad para quedarse tranquilamente sentado y solo en una habitación. O en otras palabras, aceptar nuestra naturaleza solitaria de náufragos.
jonathan.lomelí@informador.com.mx