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La salud del Presidente, ¿qué tenemos derecho a saber?

El estado de salud del Presidente ha levantado toda especie de especulaciones y noticias fake. Miente la Presidencia, por maldad o por torpeza. Mienten los opositores, por crueldad y porque saben que pueden ganar algo, por mísero que sea, en esta coyuntura. La pregunta es dónde quedamos los ciudadanos en nuestro derecho a saber, y más aún, qué es lo que tenemos derecho a saber sobre la salud de un Presidente.

Como en todos los casos en que chocan dos derechos, la difusión sobre el estado de salud de un Presidente termina siendo un dilema ético. El derecho a la información sobre la condición de nuestros gobernantes es uno de los problemas más debatidos en ética periodística en todo el mundo. Por supuesto que los ciudadanos tenemos derecho a saber cuál es la condición de salud de quien está tomando las decisiones en nombre de todos nosotros y cuyas consecuencias nos afectan. El Presidente tiene, como toda persona, derecho a la privacidad y nada hay más personal que la salud.

Al igual que en otros derechos (como el derecho de réplica tan de moda por la manera en que lo invoca equivocadamente López Obrador), cuando se trata de un funcionario público no se puede considerar que el derecho a la privacidad del Presidente sea igual que el de un ciudadano cualquiera. Esto no significa que no pueda a mantener para sí los datos esenciales de su salud, pero tienen límites, simple y sencillamente porque los ciudadanos tenemos derecho a saber si su condición le permite ejercer responsablemente el encargo que se le ha conferido.

Más allá de lo ético hay en este debate un asunto estrictamente político. Más aún, me atrevería a decir que del más básico y vulgar machismo político: el líder de la manada no tiene derecho a mostrar debilidad. Rezaba la leyenda que los Papas nunca se enfermaban, hasta que se morían. Ocultar la condición de salud papal solía ser una forma de divinización, pero sobre todo de protección frente a las grillas vaticanas y la insaciable hambre de poder de los cardenales. Un Presidente físicamente débil pierde poder frente a sus adversarios y también frente a los suyos. De ahí la insistencia de los opositores en hacer grande un evento de salud del que en realidad sabemos poco o nada, y de los agentes del Gobierno de hacer como que no pasa nada, aunque sí pase.

Si el problema de salud del Presidente es grave o incapacitante lo sabremos en muy poco tiempo: no se podría ocultar el sol con un dedo. Si es leve, da igual que sea COVID-19 o una afección cardiaca pasajera, todo el revuelo de estos días pasará como una de esas nubes de calor que no mojan, no hacen verano, pero cómo truenan.

diego.petersen@informador.com.mx

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