Sismos tapatíos
Uno de los mitos tapatíos, y vaya que hay muchos, es que Guadalajara es una tierra donde no hay temblores y que el suelo es tan bueno que amortigua cualquier movimiento, por fuerte que este sea. Quizá este mito esté basado en que Guadalajara no ha tenido un terremoto devastador, como los de la Ciudad de México, lo cual no significa que estemos exentos de riesgos o no hayamos tenido sismos que generaron pérdidas humanas y daños materiales graves. El de la madrugada del sábado fue un recordatorio de que estamos en una zona sísmica, rodeados de fallas y choque de placas tectónicas como en ninguna otra zona del país.
El terremoto más fuerte registrado en México, magnitud 8.1 fue en la costa de Jalisco en 1932. Por el registro de daños y cambios orográficos es probable que haya habido terremotos de cerca de 9 grados en las costas de Oaxaca en el siglo XIX, pero entonces no teníamos capacidad para medirlos. El terremoto del 32 destruyó la ciudad de Colima, provocó un derrumbe con un saldo de 30 personas muertas en Puerto Vallarta y generó un tsunami en las costas de Colima y Jalisco, desde Cuyutlán hasta Tenacatita, de dimensiones no vistas en este país y que cobró la vida de más de cien personas. Guadalajara y Zapopan sufrieron también daños severos.
Veinte años antes, en 1912, se sucedieron un “enjambre de sismos” que mantuvieron a la ciudad en vilo los meses de febrero y marzo. Las crónicas dicen que los tapatíos salieron a dormir a las plazas y jardines por miedo a que los sorprendiera dormidos, pues el primero de la serie fue, al igual que el del sábado, durante la madrugada.
Desde la fundación en 1542 (año en que, por cierto, tembló en el valle de Atemajac) hasta la llegada del siglo XX, en Guadalajara se registraron (es decir, se sintieron, pues entonces no había acelerógrafos) 101 temblores, ocho de los cuales generaron muertes y daños severos a la ciudad y muchos de ellos fueron terriblemente destructivos en diferentes zonas del Estado.
La gran cantidad de temblores tiene que ver con la diversidad de fallas y la actividad volcánica que nos rodean. Los de 1875, por ejemplo, se atribuyeron a la falla de la barranca del Río Grande de Santiago y fue San Cristóbal el pueblo más dañado. Unos años antes, en 1844, otra serie de sismos que pusieron a temblar a los tapatíos fueron atribuidos a la actividad volcánica del Ceboruco.
Jalisco es una zona sísmica de alta intensidad y sin embargo tenemos poca o nula cultura de prevención.