México
Viva Villa DF
A la ciudad llegaron los revolucionarios cuando don Porfirio disfrutaba París, antes de alojarse a perpetuidad en Montparnasse
Es lógico que el centenario de la Revolución Mexicana, surgida del surco, la mina y la tejeduría, se celebre en la ciudad. En ninguno de sus puntos de origen hay lugar o ánimo para pachangas. En el campo quedan los ancianos, en las minas los deudos y las telas hechas calzones nos llegan de China.
A la ciudad llegaron los revolucionarios cuando don Porfirio disfrutaba París, antes de alojarse a perpetuidad en Montparnasse. Y como la música ligada a su recuerdo, llegaron para quedarse. No tienen que ir de un lado a otro los sobrevivientes, sus herederos, ni el público en general cuando se anuncien, ya se anunciaron algunos, los eventos conmemorativos. Dos de ellos, los principales, serán esta semana en el Distrito Federal, dónde si no.
El primero será una mega Cumbre Mundial de Alcaldes y Gobiernos Locales, que Marcelo Ebrard abrirá mañana y clausurará el domingo 21, con la presencia, calculan, de unos tres mil alcaldes y autoridades de Gobierno de todo el mundo, bajo el lema: “Una nueva historia que contar en nuestra ciudad de vanguardia”, con el propósito de que los alcaldes, ignorados por los mandatarios más picudos, alcen su voz a la mitad del foro y con la gutural modulación del bajo decidan qué pueden hacer los gobiernos locales (estatales, provinciales, municipales) para enfrentar la crisis internacional y las determinaciones ajenas que impactan siempre negativamente en sus economías.
En la primera reunión plenaria tratarán de unificar los criterios con el propósito de estimular las economías locales. En la segunda el tema es “La ciudad de 2030”. El señor Eugenio Zapata, delegado general de la Cumbre Mundial de Alcaldes, informó que “…esta discusión tiene que ver con la vida cotidiana de la gente, qué ciudad imaginamos para nuestros nietos; movilidad, empleo, infraestructura; una visión local para un futuro global”. La tercera se concentrará en la “gobernanza” mundial, es decir, formas de cooperación internacional entre ciudades para promover la integración y el desarrollo. Dice el señor Zapata: “Históricamente la política exterior ha sido facultad del Gobierno nacional, pero las ciudades tienen derecho a mantener relaciones internacionales entre ellas, si tienen legitimidad social y política para hacerlo”.
Aprovechando el viaje, los alcaldes discutirán también, se me olvidaba que a eso principalmente vienen, el cambio climático y firmarán un acuerdo para reducir los gases con efecto invernadero, mediante un registro abierto por internet que permitirá contabilizar las reducciones alcanzadas por diversas alcaldías en el mundo. “Es un compromiso concreto y medible”, dijo el señor Zapata, que se comunicará a los jefes de Estado el día 19 en Cancún para darles el susto de que los modestos jefecitos pueden en la práctica llegar mucho más lejos que los presidentes.
El otro evento destacable en honor al centenario, es la apertura oficial de la Plaza de la Revolución. El monumento que el mentado don Porfirio aprobó para el Congreso y se quedó a medias por causas ajenas a su voluntad, fue dedicado precisamente al movimiento que lo hizo pasar a la lista de los sin trabajo, y ahora, dignificado, dotado de elevador y museo, se convertirá en el “zocalito” del jefe del Gobierno de la Ciudad, desplazado por don Felipe del “zocalote” donde truenan más sus chicharrones y no pierde oportunidad de hacer sentir a su vecino como arrimado mal visto.
La nueva plaza es una obra afortunada tanto urbana como políticamente. Cobró belleza que no tenía, rodea al monumento de un rectángulo a su proporción y estilo y desplazará del sobre congestionado y abusado Zócalo los pegotes con que destruyen su objeto y perspectivas. Es una obra seria, digna de aplauso no sólo porque la seriedad escasea en la cosa pública, sino porque se ajustó al gasto presupuestado y se entregó a tiempo, detalles que en cualquier país resultan tan obvios que mencionarlos sería innecesario, pero que en el nuestro merecen más medallas que las brillosas del difunto que dio motivo a este relajo.
Así llegamos casi al final del bailongo. Resta el fin de fiesta por toda la compañía, que tendrá lugar cuando Dios quiera, en la peor esquina de México para ese crimen social: el nuevo Senado. Se gastaron lo que se les pegó la gana de un dinero que el pueblo al que representan no tiene, mausoleo de un grupo falto de sensibilidad política, ofrenda al “importamadrismo” típico de la indiferencia ante la realidad.
Lo que Bellas Artes hubiera sido, aunque más útil, si don Porfirio hubiera tenido tiempo de inaugurarlo.
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