Suplementos | Mujeres en guerra Estados Unidos a través de los ojos de una primera dama Es tan famosa como una estrella de Hollywood, pero tiene que ser madre, esposa y funcionaria pública. Michelle Obama y Ann Romney, juagan un papel clave en la contienda presidencial que sus maridos encabezan Por: EL INFORMADOR 8 de septiembre de 2012 - 20:46 hs Exigente. Michelle Obama es una abogada, graduada con honores de Harvard. / GUADALAJARA, JALISCO (09/SEP/2012).- Una primera dama en Estados Unidos se encarga de la “agenda altruista”, se preocupa por la malnutrición de los niños y es una activa defensora de los valores. Corta listones, sonríe a las cámaras y recuerda el orgullo de haber nacido en la tierra de las libertades y la democracia. Es una figura esquizofrénica: no sólo tiene que ser madre, esposa y funcionaria pública, sino que tiene que ser la personificación anhelada de todos estos roles. Una figura extrañamente monárquica, lo más cercano a la proyección de esa familia perfecta en el poder, la confianza de una mujer que acepta ser para los demás y no para sí. En Estados Unidos, las primeras damas son un elemento clave en los laberintos del poder político. Juegan un papel clave, ya sea siendo la voz determinante para las decisiones gubernamentales de sus esposos, o jugando un rol “legitimador” del proyecto político de su pareja. Son constantemente portadas de revistas del corazón o moda, aparecen en los días de unidad nacional y festejos (Acción de Gracias o Navidad), y entran y salen de la vida pública en la medida en que su popularidad lo reclama. Suelen ser más populares que sus esposos en algunos ámbitos, atienden los temas “positivos” y no se embarran de los tropiezos. Sus errores son más de “forma”, más tenues, menos políticos, en un sentido. Deben declarar cuidadosamente y sonreír, una primera dama no puede ser presa del mal humor y la ira. Es una visión conservadora de la mujer, sin duda. Otro paradigma A pesar de esto, Michelle Obama ha revolucionado la forma de entender a una primera dama tanto en la gestión de Gobierno como en las campañas. Michelle es una mujer fuerte e independiente, lejos de caber en esa corta imagen de la mujer dependiente a extremo de su pareja. Una abogada talentosa con experiencia incuantificable, graduada cono honores de una universidad “de hombres”, Harvard. Madrugadora y excesivamente trabajadora, Michelle es la voz exigente. No se entrega sin miramientos a los proyectos políticos de su esposo, no es simplemente una sombra de él. Difícil olvidar las tres promesas que le exigió Michelle a Barack cuando éste último le anunció su intención de buscar la Presidencia: “No me metas a mí en política; ni metas a tus hijas en esto; y, por favor, ya deja de fumar”. Atrás hay una imagen de una mujer que embona con esta idea de la “mujer multi-tareas” de estos años, una mezcla de una mujer liberal con profundas ambiciones personales con esa actitud de esposa responsable y dedicada, una combinación explotable en elecciones. Y como apunta el New York Times, Barack sólo cumplió una de las tres promesas: ni dejó de fumar, ni apartó a Michelle de la política. La primera dama es un activo, su popularidad ronda la nada despreciable cifra de 60% y es clave para llegarle a las mujeres, sobre todo las trabajadoras, que ven en ella un ejemplo de superación personal. El discurso de Michelle aspira a ese lado “suave” capaz de desmontar los prejuicios sobre lo que representa Barack para un sector de clases medias que duda de su “americanidad”. Michelle es un ejemplo de la cultura del esfuerzo, una mujer que no nació en una “cuna de oro”, que no obtuvo nada regalado en la vida. Que se financió en gran parte sus estudios y que cree en los valores meritocráticos y de individualidad que caracterizan a la sociedad americana. El perfecto complemento para un Barack sumido en cuestionamientos interminables. Su discurso en la Convención demócrata que designó a Barack como candidato del partido para estas elecciones, lo deja de manifiesto: Michelle le habla a las clases medias. Les habla a las mujeres y a los jóvenes de problemas comunes. A las familias urbanas de ciudades como Chicago o Atlanta que se enfrentan a un complejo mundo de deudas, hipotecas o impagables colegiaturas en las universidades. No lejos quedan los latinos en su radar, tampoco el votante de raza negra, esos son los electorados que siguen siendo seducidos ampliamente por el actual inquilino de la Casa Blanca. La primera dama en Estados Unidos debe actuar como un ''personaje''. Como en una película o en una obra de teatro, la mujer que acompaña al hombre más poderoso del mundo tiene que encajar en una forma de entender la vida política y la sociedad americana. Ann, una conservadora En el otro bando de esta larguísima elección tenemos a Mitt Romney y a su esposa Ann. Una mujer conservadora y con orígenes más aristocráticos. Proviene de Bloomfield Hills, Michigan, una población pequeña donde conoció a Mitt Romney. Ann estudió una licenciatura en francés y se ha dedicado prácticamente por completo a las labores domésticas. Ha acompañado la carrera empresarial y política de su esposo. Tiene cinco hijos y como primera dama, cuando su marido fue gobernador, se ha encargado de la agenda no política de su esposo, principalmente a atender a organismos de la sociedad civil encargados de proteger a la niñez. Su enfermedad, esclerosis múltiple, ha sido cubierta paso por paso por la prensa de los Estados Unidos, que advierten en ella una mujer fuerte capaz de reponerse de estos golpes a su salud. A diferencia de Michelle Obama, Ann es una mujer más acostumbrada a compartir programas de cocina o cenas de caridad, que a enfrentarse a públicos a la espera de un discurso político. En 2007, poco antes de que su esposo contendiera por primera vez en las elecciones internas del Partido Republicano, Anne declaró: “A quién le interesa la política, hay que hablar de otras cosas”. Es una mujer que expresa corporal y oralmente con mucha claridad a esa mujer antipolítica y antintelectual que habita en las zonas céntricas de Estados Unidos. Ann aparece con su esposo en estados conservadores que tienen una concepción clásica del papel de la mujer: Mississippi, Nebraska, Georgia, incluso Texas. Es un imán en estas entidades, participa de eventos sociales y no esconde su espíritu religioso, a pesar de que desde mediados de los sesenta, Ann se adhirió a la creencia mormona, que es considerada por buena parte de los americanos como una “secta”. A pesar de esto, Ann hace constantes alusiones al rol de Dios en la vida de la familia y, en contraposición de Michelle, se erige como una mujer que nunca ha pedido que la intimidad de su familia se mezcle con el rosto público de su esposo Mitt, sino que promueve que su familia y su vida privada sean elementos de fortaleza en la trayectoria política de su esposo. Versus La primera dama en Estados Unidos debe actuar como un “personaje”. Como en una película o en una obra de teatro, la mujer que acompaña al hombre más poderoso del mundo tiene que encajar en una forma de entender la vida política y la sociedad americana. En este sentido, las narrativas de Michelle y Ann, son prácticamente irreconciliables y responden a dos mundos distintos que a diario conviven en una polarizada sociedad americana. Por un lado, encontramos a Michelle una mujer liberal, profesionista y exitosa que acompaña la trayectoria de Barack con ahínco y pasión, pero que su personalidad trasciende la coyuntura del mandatario. Una mujer con alto sentido de competencia, que a través de su trayectoria universitaria y laboral, ha tenido que ganar espacios en un mundo de hombres: las leyes y la política. Por el otro lado, tenemos a Ann Romney una mujer entregada a la carrera política de Mitt, que cuando supo de las renovadas intenciones de Mitt de competir por la candidatura republicana, le dijo: “Iremos contigo siempre, hasta en los momentos más difíciles”. Una novela de perfecciones, que no plantea dilemas reales ni puertas alternativas. Una esposa que no debe contradecir los caminos de su pareja, debe apoyar sin miramientos. Su opinión es sólo expresable en la intimidad, en lo público la compañía es irreprochable. Tan es así que Ann declaró: “No siempre estoy 100% de acuerdo con Mitt”. Mitt fue un gobernador progresista en Massachusetts que promovió reformas duras de asimilar para el sector más conservador del Partido Republicano, al que su esposa pertenece ideológicamente. Estados Unidos acude a las urnas ante una polarización que luce irreconciliable. Estado o mercado; recortes o impuestos; iniciativas públicas o privadas; federalismo o centralismo, son dicotomías que definirán la elección del próximo noviembre. Y, por supuesto definirán una de las más importantes: Michelle o Ann en la Casa Blanca. PARA SABER Ann Romney es una mujer más acostumbrada a compartir programas de cocina o cenas de caridad, que a enfrentarse a públicos a la espera de un discurso político. Michelle Obama es una abogada talentosa con experiencia incuantificable, graduada con honores de una universidad ''de hombres'', Harvard. 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