Al enterarse de que alguien había utilizado su nombre para morir, la reacción inmediata de Joao Paulo Cuenca fue sentirse maldecido. Según afirma el escritor brasileño, asistir a una comisaría para ver su nombre en un certificado de defunción, fue experimentar de manera muy personal todo lo que estaba mal -y quizá continúa estando- en la sociedad de Río de Janeiro.Convencido de que tenía una buena historia para contar, pero sabedor de que podía llevar este suceso de lo particular a algo más grande, Cuenca escribió el libro “Descubrí que estaba muerto”, texto en el cual narra el día en que sucedió el macabro hallazgo y a su vez, aprovecha para dar un panorama de la decadencia del Río de Janeiro preolímpico.“Al inicio no quería hacer el libro, me parecía de mal gusto. Primero porque me parecía demasiado encerrado en uno mismo, pero entonces fui al lugar donde murió el tipo que utilizó mi nombre y me di cuenta que esta historia podía ultra pasarme; yo podría usar esta historia como una excusa, como una disculpa o pretexto para hablar de temas que son más grandes que yo: la ciudad, el proceso de expulsión de la gente por las Olimpiadas y de la burguesía de Río o la desigualdad social”.Y así lo hizo. En esta obra autobiográfica narrada en primera persona, Cuenca retrata una cotidianidad oscura de esta urbe brasileña, misma que en el libro llega a ser equiparada por los turistas con la película “Poltergeist”, esto por lo normal que resulta encontrar restos humanos mientras se realizan obras en la ciudad. Consciente de que la temática era cruda, el humor y la sátira fueron necesarios para contar esta historia.“Lo que intenté fue plantearlo con algún sentido de humor, porque el humor es un antídoto contra la desesperación y el miedo. Para mí fue fundamental contarlo con gracia, porque si no sería insoportable, sería muy duro. Yo planteo criticar la realidad brasileña con el mismo nivel que me critico a mí. Yo no me pongo en un punto de vista con superioridad moral, soy producto de la misma crítica y no me coloco como puro, limpio, o mejor que los que yo critico”.Aunque afirma que en Río de Janeiro no lo ven del todo bien por su obra, Cuenca se dice enamorado de esta ciudad muy a pesar de que no ha logrado generar un sentido de pertenencia tan arraigado.Es por este amor que Joao Paulo ve con tristeza la actualidad de Río de Janeiro, pues a seis años de que “descubriera que estaba muerto”, poco o nada ha mejorado en la ciudad carioca.“Todo empeoró mucho. Lo previmos, siempre dijimos que la manera en que se estaban haciendo las cosas traería un desastre total… Y fue un desastre total. Las provincias de Río están quebradas, las cuentas no se pagan, los profesores no reciben sus sueldos y es un caos total. El gobernador en este momento está preso, el secretario de obra está preso. El principal escándalo que disolvió la República en Brasil tiene que ver con las constructoras. Yo en este libro ofrezco el contexto de todo lo que pasa ahora”, comparte.Al final, nos deja con una reflexión: “En posiciones normales, si Brasil fuera un país, yo habría sido colega de clase del hombre negro que murió con mi partida de nacimiento. Habría sido su amigo, habríamos tomado cerveza juntos. Pero no, como yo fui un hombre blanco esto fue un cruzamiento imposible, así fue por la conformación social. Eso es una tragedia”.Este artículo forma parte del SUPLEMENTO TAPATÍO. Búscalo cada domingo en la edición impresa de EL INFORMADOR o navega el hojeable digital