Lunes, 02 de Diciembre 2024
Suplementos | Cuarta semana del Tiempo Ordinario

Una autoridad diferente

La manera en que Jesús enseñó se basaba en sus obras, en el carisma

Por: Dinámica pastoral UNIVA

«Los oyentes quedaron asombrados de sus palabras, pues enseñaba como quien tiene autoridad y no como los escribas». WIKIPEDIA/«Exorcismo en la Sinagoga de Cafarnaún»

«Los oyentes quedaron asombrados de sus palabras, pues enseñaba como quien tiene autoridad y no como los escribas». WIKIPEDIA/«Exorcismo en la Sinagoga de Cafarnaún»

LA PALABRA DE DIOS

PRIMERA LECTURA

Dt. 18, 15-20.

«En aquellos días, habló Moisés al pueblo, diciendo: “El Señor Dios hará surgir en medio de ustedes,entre sus hermanos, un profeta como yo. A él lo escucharán. Eso es lo que pidieron al Señor, su Dios, cuando estaban reunidos en el monte Horeb: ‘No queremos volver a oír la voz del Señor nuestro Dios, ni volver a ver otra vez ese gran fuego; pues no queremos morir’.

El Señor me respondió: ‘Está bien lo que han dicho. Yo haré surgir en medio de sus hermanos un profeta como tú. Pondré mis palabras en su boca y él dirá lo que le mande yo. A quien no escuche las palabras que él pronuncie en mi nombre, yo le pediré cuentas. Pero el profeta que se atreva a decir en mi nombre lo que yo no le haya mandado, o hable en nombre de otros dioses, será reo de muerte’”».

SEGUNDA LECTURA

1Cor. 7, 32-35.

«Hermanos: Yo quisiera que ustedes vivieran sin preocupaciones. El hombre soltero se preocupa de las cosas del Señor y de cómo agradarle; en cambio, el hombre casado se preocupa de las cosas de esta vida y de cómo agradarle a su esposa, y por eso tiene dividido el corazón. En la misma forma, la mujer que ya no tiene marido y la soltera se preocupan de las cosas del Señor y se pueden dedicar a él en cuerpo y alma. Por el contrario, la mujer casada se preocupa de las cosas de esta vida y de cómo agradarle a su esposo.

Les digo todo esto para bien de ustedes. Se lo digo, no para ponerles una trampa, sino para que puedan vivir constantemente y sin distracciones en presencia del Señor, tal como conviene».

EVANGELIO

Mc. 1, 21-28.

«En aquel tiempo, se hallaba Jesús a Cafarnaúm y el sábado siguiente fue a la sinagoga y se puso a enseñar. Los oyentes quedaron asombrados de sus palabras, pues enseñaba como quien tiene autoridad y no como los escribas.

Había en la sinagoga un hombre poseído por un espíritu inmundo, que se puso a gritar: “¿Qué quieres tú con nosotros, Jesús de Nazaret? ¿Has venido a acabar con nosotros? Ya sé quién eres: el Santo de Dios”. Jesús le ordenó: “¡Cállate y sal de él!” El espíritu inmundo, sacudiendo al hombre con violencia y dando un alarido, salió de él. Todos quedaron estupefactos y se preguntaban: “¿Qué es esto? ¿Qué nueva doctrina es ésta? Este hombre tiene autoridad para mandar hasta a los espíritus inmundos y lo obedecen”. Y muy pronto se extendió su fama por toda Galilea».

Una autoridad diferente

Si al llegar la plenitud de los tiempos Dios no habló ya por intermediarios, sino por su propio Hijo, lógico que tenía que notarse en la palabra de Jesús. Él no habla con una autoridad vicaria, sino propia. Los profetas comenzaban siempre así: Esto dice el Señor”. En cambio, Jesús afirma: “han oído que se dijo a los antiguos…Pero yo les ligo”.

Cristo tampoco hablaba como los rabinos, que comentaban la escritura a base de citar autoridades, cargando fardos pesados sobre los oyentes. No; el estilo de enseñar de Jesús era más bien liberador, era el anuncio de una buena noticia para los sencillos. Naturalmente la gente captó la diferencia; por eso le entusiasma, “porque no enseñaba como los letrados, sino con autoridad”.

Estamos hablando de una autoridad que se deriva del carisma y no del poder; es la autoridad por la que optó Jesús. El poder se da y se quita a dedo o por votos; pero la autoridad se gana a pulso, se merece. Tener autoridad supone el tener carisma, que no se atribuye poderes, habla con el silencio, libera a los hombres y transparenta el Espíritu. Este es el estilo de Jesús y debe ser el del cristiano y de la Iglesia.

Se trata de una autoridad diferente en Jesús, que demuestra con su enseñanza y sus obras, porque no se basa en la fuerza sino en el carisma. Cuando en más de una ocasión sus enemigos lo increpaban: ¿Con qué autoridad hace esto?, Él se remitía precisamente al testimonio de sus obras. Ellas probaban de sobra su identidad mesiánica, que sus adversarios no querían reconocer.

Estas obras a las que Cristo se remite no son actos de fuerza, sino servicio humilde a la liberación de los pobres, los enfermos y los esclavos del pecado. Por eso, el significado más profundo de las curaciones que Jesús realiza es, sin duda, su dimensión liberadora de la persona. Aquí radica la grandeza de quien vino a servir y a salvar lo perdido.

Jesús hablaba con autoridad porque decía siempre la verdad y porque hablaba desde la vida. No decía cosas aprendidas en los libros, como los escribas y los doctores, sino desde la vida de los hombres y mujeres a quienes había venido a sanar y salvar. Y, finalmente, hablaba con autoridad porque “iba por delante”, hacía y practicaba lo que predicaba y, además, lo hacía con cercanía, con misericordia y compasión. Y, claro, “todos se quedaban asombrados… y su fama se extendía por todas partes”. ¿Qué dicen de nosotros cuando hablamos en nuestras “sinagogas”, en nuestras iglesias? Hablar con autoridad es hacerlo con credibilidad. ¿Somos creíbles? Es importante saber, conocer, comprender y dominar los temas que tratamos; pero hay algo más importante todavía, ser coherentes entre lo que decimos y lo que vivimos.

Jesús Maestro

El evangelista San Marcos inició su inspirado mensaje ya con la vida pública del Señor. En el primero de sus capítulos presenta a Cristo Maestro rodeado de quienes de sus labios escuchan un mensaje nuevo, una sabiduría nunca expuesta. El escenario es Cafarnaúm, en ese siglo ciudad importante de Galilea, al noroeste del lago de Getsemaní, en donde muchas veces el Señor predicó y donde se mostró como el Mesías esperado, con los milagros con que allí a muchos favoreció. Ya había llegado la “plenitud de los tiempos”, ya estaba presente el esperado, el anunciado. En la epístola a los Hebreos está la aclaración: “Muchas veces y de muchas maneras habló Dios en otro tiempo a nuestros padres, por ministerio de los profetas; últimamente, en estos días, nos habló por su Hijo, a quien constituyó heredero de todo, por quien también hizo los siglos”. Enseñaba no como los escribas, sino como quien tiene autoridad Por eso, allí en la sinagoga de Cafarnaúm los oyentes quedaron asombrados.

Él es el supremo y definitivo profeta, lo dice la revelación. Y luego confirma lo que dice, con hechos, con signos, con portentos, con milagros. Cuando los dos discípulos originarios de Emaús volvían tristes a su aldea después de la crucifixión del Señor, “Él mismo se les acercó y los acompañó, pero sus ojos no podían reconocerle”. Les preguntó de qué iban hablando y Cleofás le dijo:

“Lo de Jesús Nazareno, varón profeta poderoso en obras y palabras ante Dios y ante todo el Pueblo” (Lucas 24, 19).

La misión de la Iglesia es evangelizar. En el sentido propio, los hombres escogidos por Dios para llevar a los demás hombres, a sus hermanos, la Buena Nueva, son apóstoles, porque son enviados; y son discípulos porque el mensaje lo recibieron de Cristo, el único a quien con toda propiedad se le ha de llamar Maestro. La Iglesia nació con el signo de enviada, es decir, misionera. Enviados fueron los once, que recibieron la misión de ir a todos los pueblos y naciones.

“Vayan por todo el mundo”, les ordenó el Señor. Con ese espíritu ha caminado siempre, portadora del mandato divino, y siempre, también, en diálogo conforme a los tiempos y las circunstancias.

El “homo sapiens” bien entendido llevará una vida plena, cuando sus obras de cada día sean como de quien piensa que es eterno y construye como que va de paso.

José Rosario Ramírez M.

La autoridad y la escucha

En el evangelio de hoy, san Marcos nos relata que en la sinagoga de Cafarnaúm Jesús, al hablar a la asamblea, deja a todos asombrados, puesto que no les enseña como los escribas, sino que lo hace “con autoridad”. De hecho, podría pensarse que tras ese hecho en Cafarnaúm muchos se sorprenden, pues ahí Jesús es conocido como una persona con un oficio sencillo y que no pertenece a grupos de escribas ni sacerdotales. Aun así, quienes lo escuchan constatan que su manera de enseñar es totalmente nueva, con una autoridad que libera, como sucede con aquel hombre dominado por un “espíritu inmundo”.

La autoridad de Jesús es ejercida para que el ser humano crezca y retome la esperanza de una vida más justa y fraterna. Así, tal ejercicio de autoridad se vuelve una experiencia de libertad para la persona. En su raíz latina, el término autoridad significa aumentar, promover. En el caso del evangelio, Jesús aumenta y promueve la esperanza, la fe, la vida frente a la desesperación, el desánimo y el egoísmo. Lamentablemente, en muchos ámbitos el ejercicio de la autoridad ha ignorado este significado evangélico y ha dejado de lado el sentido de la raíz etimológica del término. En un tiempo en el que es indispensable que aumente y se promueva el cuidado de los demás y la solidaridad, es decir, que aumente y se promueva el amor y la fraternidad, urge que en nuestro corazón resuene, como en Cafarnaúm, la voz de autoridad de Jesús que hace salir del ser humano el miedo, el egoísmo, la parálisis y la desesperanza.

Estamos pues llamados a poner atención a esa amorosa autoridad. Desde ese escuchar el deseo divino, podremos ser capaces de continuar —promover y aumentar— las invitaciones que el Señor nos hace para ayudar, cuidar y querer a nuestro prójimo, sobre todo en la actual realidad que el mundo vive. A final de cuentas, el ejemplo de saber escuchar nos lo da el propio Dios, quien escucha con amor infinito la voz de su creación y el corazón de todos, hoy y siempre.

Arturo Reynoso SJ - ITESO

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