Martes, 26 de Noviembre 2024

Sixto Ibarra hacía dioses con sus manos

Su inspiración surgía de algunas figuras que veía en sus viejos libros de arte y que plasmaba en una infinidad de figuras a las que se dedicaba a dar vida y forma

Por: Pedro Fernández Somellera

Obra. Un par de bellos ejemplares del dios jaguar. EL INFORMADOR/ P.Somellera

Obra. Un par de bellos ejemplares del dios jaguar. EL INFORMADOR/ P.Somellera

Esa era la gracia de Don Sixto. Era su vida, su pasión, su devoción, y quizás su misión y sino: hacer dioses con sus manos. Don Sixto veía algunas figuras en sus viejos libros de arte y se extasiaba contemplándolas. Las conocía, las estimaba, dialogaba con ellas, las guardaba en los resquicios de su mente, las decantaba en sus pensamientos, y luego ahí en solitario…  sentado en su banquito de lechero, tomando un poco de barro  comenzaba a modelar lo que su mente le dictaba, basándose, según él, en las figuras que había visto entre las hojas mil veces repasadas (y enlodadas) de los libros que atesoraba como la cosa más preciada.

No, las figuras que él hacía nunca eran iguales. Con sus manos las inventaba tratando de  recordar las imágenes que le habían maravillado. Un gran interés y gran paciencia era el que ponía en el pequeño detalle de cada pieza. No, no lo hacía -o quizás si- por lograr el perfeccionismo estético que deseaba. Posiblemente tan solo quería darle a cada pieza lo que a cada una de ellas le correspondía. Así son los dioses -decía- ninguno es igual.

Don Sixto agarraba una de las figuras al salir del horno, y se dedicaba a ella solamente hasta “darle la vida y la forma” que le correspondía. No. Don Sixto no era de palabras. Todo esto lo estoy descifrando de los silencios en sus palabras tan escasas. -Solo veo las fotos que hay ahí en el libro, murmuraba, y trato de que me salgan lo más parecido posible. Después las hago como me vayan saliendo de la imaginación: jaguares, lupitas, iguanas, diablos, vírgenes, indios, dioses, monos, aztecas y mexicanos, solo los imagino. Y así como los veo los voy haciendo con el barro. Para mí todos son monos y todos son dioses. Gozo con hacerlos y no me importa lo preciado que ellas sean. En el diario La Verdad, publicado en Tlajomulco Jalisco el 16 de Diciembre del 2012, se  menciona que… “Una virgen realizada por él, y que fue vendida en Colombia, se le han adjudicado una serie de milagros” (ibídem).

Yo tuve el privilegio de conocer a Don Sixto hace muchos años mientras modelaba dioses sentado en su banquito. Don Sixto captaba una figura con sus ojos, con su espíritu y con su corazón y… aprovechando el barro que tenía en sus manos, realizaba la imagen que el sentimiento le dictaba.
No, a él no le importaba nada, absolutamente nada; solamente se dedicaba a realizar la pieza que en sus interiores vislumbraba. Más de alguna vez llegué a verlo bruñir una pieza de barro con una piedra, como si fuera lo más importante del resto de su vida.
Tallaba y tallaba la figura con una piedra lisa, hasta darle el brillo que él quería. Mudo, con la vista baja y ensimismado en el barro que tenía en sus manos, se afanaba en darle el brillo que juzgaba que se necesitaba  para convertirla en dios: un dios brillante y bonito como el que él imaginaba

 No, nunca hacía varios iguales. Empezaba una, y se dedicaba en cuerpo y alma solamente a ella hasta que literalmente ¡la paría!

Tuve la suerte de pasar tardes enteras en su taller, casi en silencio y sin interrumpir el proceso misterioso y más que filosófico en el que los pequeños trozos de barro se iban convirtiendo en inestimables reliquias del sincretismo de su mente. Parecía aquella mezcla de figuras que paulatinamente iban apareciendo frente a él, se discutían con denuedo el lugar que ocuparían en el olimpo de don Sixto.

En aquellos tiempos viejos, tuve la fortuna de adquirir de su propia mano el par de figuras que con orgullo atesoro, y que aquí tenemos oportunidad de mostrarlas-presumirlas. (Don Sixto murió el sábado 22 de abril del 2001)

En la actualidad, del afamado taller ahora dirigido por su hijo Martín (quien se expresa de él como “su padre y su maestro”) siguen saliendo dioses y vírgenes de valor indiscutible, aunque de aspecto más elaborado y diferente. Todas ellas se exhiben (y venden) tanto en la Plaza del Artesano en Tlajomulco, como en el mismo  Museo de las Artes Populares de Guadalajara.

Dicha grande es haber podido compartir con Don Sixto Ibarra los olimpos de barro que creaba; tan auténticos como los que actualmente estan causando inquietud y desasosiego con el incomprendido sincretismo, con el que desde tiempos inmemoriales hemos vivido y convivido.  

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