La sonrisa es obligatoria, igual que el gel antibacterial y el cubrebocas. Es necesario lavarse las manos de manera improvisada en la calle y pisar una esponja con detergente. La sana distancia no importa tanto. No en un lugar que ofrece bebidas alcohólicas en un país sediento. Es día laboral pero parece fin de semana, o lo que era un fin de semana antes de que la pandemia borrara la percepción entre casa y oficina. El bar Mascusia República tiene apenas unos días con sus puertas abiertas y sus mesas, todas, aunque separadas están ocupadas. Aquí el virus no impide el brindis o la música y mucho menos quita el sueño. Para unos de lo que se trata es de sobrevivir, para los otros, de olvidar la tragedia por unas horas.Las puertas del Mascusia cerraron el 18 de marzo y reabrieron una semana después solo para volver a bajar su cortina el 1 de abril. Más de cuatro quincenas, resume un mesero en su personal modo de llevar el tiempo y medir el riesgo. Aquí no se hablará de los casi dos mil pacientes confirmados, ni mucho menos de los ya cerca de 200 fallecidos en el Estado, porque lo que no se nombra no existe. Y para qué amargar una situación ya de por sí oscura. Se habla del manejo de la pandemia, de lo bien o mal que lo ha hecho el gobernador o el Presidente, de las ganas de invitarle una cerveza a Hugo López-Gatell o esperar su autorización para salir huyendo de la ciudad. Pero no se invoca a la muerte porque se sabe del riesgo de que asista.El tema es la reapertura económica, la necesidad de llevar unos cuentos billetes a casa mientras otros se sacian las ganas de cerveza, un producto de primera necesidad que se esfumó de los refrigeradores de tiendas de abarrotes y supermercados. “Hasta parece que los tenían en cuarentena y ya les dieron permiso de salir”, dice con una sonrisa amarga el “Flaco”, uno de los meseros de más prosapia en el Mascusia. Él tuvo que buscar otro trabajo, “también de mesero, para medio completar los gastos”. Porque si la crisis de salud no se nombra, sí se sienten los 44 mil empleos perdidos en Jalisco desde marzo.Entre sonidos de mariachi, cuenta que a él y a algunos de sus compañeros les respetaron el sueldo. Sin embargo, el no tener clientela significa no tener propinas, el maná de todo trabajador de restaurantes y bares. Y en Jalisco casi nunca alcanza el salario mínimo para otra cosa que no sea vivir al mínimo. Por eso, sin importar el riesgo, prefirió salir de su casa y encontrar el sustento en otro lugar con comensales y expuesto al contagio. Por eso, apenas tuvieron las instrucciones para poder reabrir, se apegaron al protocolo y pusieron a enfriar bebidas y prender los fogones. Las cuentas que quieren tener son las de la caja registradora, no las de hospitales COVID-19.Antes de entrar, y como medida sanitaria, alguno de los que atienden esta tarde que se convertirá en noche, pondrá un poco de gel y te dirá que uses la mascarilla hasta que tengas lugar. La única temperatura que importa es la de la cerveza. Llegará la música de Vicente Fernández y después de José Alfredo, en una repetición del cliché de cantina. También llegarán un par de “chabelas” y el rumor de la plática en un bar lleno. Y aunque la charla gire sobre las múltiples tragedias que ha dejado el coronavirus, los parroquianos se sienten protegidos de la pandemia. Si hay alcohol no hay forma de contagiarse.Durante las semanas de encierro, otro empleado más decidió abrir su negocio. Vende productos de limpieza “Bunbury’s”. Ofrece su servicio por teléfono y en horarios ajenos a su turno en el Mascusia, aunque se promociona mientras arrima cacahuates, tortas de chicharrón y viril. El detergente y el cloro parecen una apuesta segura.La música cambiará de las trompetas del mariachi a las trompetas de la banda sinaloense. Se levantarán algunos clientes y llegarán otros. El proceso, ese sí, es nuevo aquí. Rociarán la mesa y las sillas con desinfectante antes de permitir que alguien más se siente. Y le ofrecerán un cubrebocas si no tiene uno, “porque si no nos pueden cerrar”.Pese a la escasez, las “chabelas” siguen costando 58 pesos. Como siempre, hay oscuras y claras. Lo mismo cualquier cerveza de botella. Y aunque valga 40 pesos, el precio es lo de menos si llevas más de 80 días de encierro y otros tantos sin encontrar la bebida en la tienda de la esquina.La tarde se irá y llegará la noche. Se sabe porque antes (ese antes que suena nostalgia pero no tiene más de tres meses) en este lugar no había horas, pero dadas las medidas sanitarias, abrieron un acceso siempre cerrado en República.Los tragos no cesarán y la comida, ese ritual que antes era necesario, hoy se hace obligatoria. No se puede beber, aunque se quiera, si no hay alimentos de por medio, porque como reiterará el “Flaco”, les pueden cerrar. Y la clausura espanta más que el coronavirus. Hay riesgos que no pueden permitirse. No tener ingresos es uno de ellos. Aquí se podrá “volver, volver” una vez que termine la pandemia; ellos deben de trabajar pese a ella.