Jueves, 27 de Junio 2024

Camino de bondad y felicidad

Es en la vivencia de lo cotidiano donde se verifica nuestra adhesión al camino de seguimiento de Jesús

Por: Dinámica Pastoral Univa

Sigamos sus huellas en la firme esperanza de poder descansar con Él por toda la eternidad. ESPECIAL

Sigamos sus huellas en la firme esperanza de poder descansar con Él por toda la eternidad. ESPECIAL

LA PALABRA DE DIOS

PRIMERA LECTURA: Ap. 7, 2-4. 9-14. “Vi una muchedumbre tan grande, que nadie podía contarla”.

SEGUNDA LECTURA: 1 Jn. 3, 1-3. “Veremos a Dios tal cual es”.

EVANGELIO: Mt. 5, 1-12ª. “Alégrense y salten de contento, porque su premio será grande en los cielos”.

Camino de bondad y felicidad

Nuestra vida cristiana tiene un objetivo: ser santos; es decir, llegar a contemplar el rostro de Dios, verlo cara a cara. No sabemos cómo será, pero nuestra esperanza, alimentada por nuestra liturgia, es lo que sostiene. La persona religiosa, es decir, la persona que cree en la trascendencia, la que sabe que hay un mundo superior y distinto a este que lo rodea, sólo desea habitar en el mundo donde Dios lo es y lo llena todo. La persona religiosa vive en este mundo, pero sabe que no es de este mundo, que es ciudadano del cielo, del lugar donde sólo Dios habita y basta. El santo, el bienaventurado, sólo vive de y para Dios, todo lo demás es secundario y relativo. El santo es aquel que está adornado de los atributos con los que sólo es posible estar ante Dios: los atributos de la santidad. Y, ¿cuáles son esos atributos, esos adornos, que hacen al creyente cristiano merecedor de la presencia y compañía de Dios? La inocencia, la pureza de corazón, la constante acción de gracias, los que viven con esperanza en la alegría y gozo evangélico. Santos son los que ponen su total confianza en el Señor de la vida.

Es en la vivencia de lo cotidiano donde se verifica nuestra adhesión al camino de seguimiento de Jesús. Los santos, la santidad, nos recuerdan que nuestros pensamientos, palabras y obras no son indiferentes en la vivencia de la fe, que en este caminar no estamos solos, que el camino cristiano ha sido recorrido por otras mujeres y hombres apasionados por Dios, que formamos parte de un pueblo que no conoce fronteras ni discriminaciones, que somos solidarios con toda la humanidad y con toda la creación, pues todo ha salido de las manos de Dios, que somos, por encima de todo, creación de Dios.

Los santos no fueron ni son personas apocadas o evadidas de la realidad. No existe santo sin valores humanos y sin gran madurez personal, porque no puede haber santo sin amor a Dios y a los hermanos. Y el amor no es pasivo, sino activo. Los santos fueron cristianos de verdad, vacíos por completo de su propio yo y totalmente disponibles ante Dios para hacer fructificar sus dones y talentos.

La festividad de hoy es una invitación a la alegría y la esperanza cristiana. Los que todavía estamos en marcha, por esta vida, celebramos el triunfo de los que ya alcanzaron la meta y allí nos esperan.

Roguemos a Dios en esta solemnidad de todos los Santos que cada uno de nosotros seamos fortalecidos por la Palabra de Dios, que a ejemplo de todos aquellos que hicieron de su vida ícono del Dios vivo y verdadero, también nosotros, en el momento presente, sigamos sus huellas en la firme esperanza de poder descansar con Él por toda la eternidad. Amén.

Domingo trigésimo primero ordinario

Dicen una cosa y hacen otra

Extraña manera de gobernar al pueblo era la de los escribas y fariseos: Lo cargaban de preceptos humanos, ya no de leyes divinas, y lo obligaban a ser fiel en el cumplimiento, pero ellos no cumplían en lo más insignificante.

El Señor Jesús, divino Maestro, vino a enseñar una manera distinta de ejercer la autoridad para el pueblo, y ésta es la de ser el primero en cumplir, ser el servidor de todos.

Todos, sea cual sea su estado, profesión, edad, de alguna manera se han de enfrentar a las exigencias de la vida, así sea individual, familiar, profesional, social y política; y todos, puesto que se vive en sociedad con los demás, son sujetos para que se les sirva y también para servir.

Las maneras de servir son distintas, según la intención y la forma. La más perfecta manera es la inspirada en el amor a Dios y el prójimo. Quien sirve por amor, sirve con alegría. Muy sorprendidos, los apóstoles vieron al Maestro despojarse del manto y de rodillas servir a los suyos -en el humilde oficio de los esclavos-, al lavarles los pies.

Magnífica lección de quien con hechos ratificó lo que con palabras dijo : “No he venido a ser servido, sino a servir”. “El mayor entre ustedes sea su servidor”. Entre el mundo y sus intereses y los intereses del Reino, hay manifiesta oposición. El mundo tiene sus triunfos, sus metas, sus alegrías, aunque pronto pasan. El Evangelio enseña otros triunfos, otras metas: la alegría de servir , de entregarse para bien de sus hermanos. Los hombres y la s mujeres que han recorrido el camino del servicio, por el eje rcicio práctico de la virtud mayor que es la caridad, han merecido ser recibidos por Cristo con dulces palabras: “Venid, benditos de mi Padre, a poseer el Reino de los Cielos, porque tuve hambre y me disteis de comer; tuve sed y me disteis de beber” y con la caridad se empalma otra virtud, la humildad, pues quien sirve no por eso se sentirá mayor que los demás, porque “El que se analtece será humillado”. Los que ven la humildad con temor o con desconfianza, ignoran que la humildad no es negación de cuanto se sino afrrmación de los propios valores. El que es humilde reconoce sus virtudes, sus cualidades, y desarrolla su potencialidad, pero también reconoce sus limitaciones y carencias. “El que se humilla será enaltecido”.  Dios Padre, con la humillación de su Hijo encarnado, ha señalado el camino de salvación y ha enseñado que el verdadero amor a los hermanos está en el servicio, en la entrega.

José Rosario Ramírez M.

La vida abundante

Nuestros frágiles egos modernos necesitan lo que los antiguos llamaban magnanimidad (en griego, megalopsychía). La persona magnánima es, literalmente, un individuo de gran corazón, un espíritu expansivo. Con una autoestima apropiada y un sentido realista de sus talentos, los individuos magnánimos piensan en grande. Se niegan a empantanarse en cosas triviales. Imperturbados por los agravios menores, indiferentes a las “baratijas” de la riqueza y el rango, son espontáneamente generosos, aun pródigos, lo opuesto al alma mezquina y encogida. La magnanimidad es la otra cara de la moneda de la humildad, el antídoto contra la falsa humildad y el ressentiment. Juntas, la humildad y la magnanimidad construyen los cimientos del amor con su indispensable opción por los pobres. El amor a los excluidos no es un amor a la pobreza o a la enfermedad, la cual enmascara una resentida denigración de la salud y el bienestar.

Según Max Scheler, el amor genuino tiene como punto interno de partida, y por fuerza motriz, un poderoso sentimiento de la seguridad, firmeza, íntima salud e invencible plenitud de la propia existencia y vida; y de todo esto surge entonces la clara conciencia de poder dar algo del propio ser y de la propia abundancia. Aquí, el amor, el sacrificio, el auxilio, el inclinarse hacia el más humilde y más débil es un espontáneo desbordamiento de las fuerzas, que va acompañado de felicidad y reposo íntimo. El amor genuino y la resistencia espiritual cultural brotan, no de la amarga impotencia, sino de su opuesto. El sacrificio por los demás es auténtico cuando es una “libre dádiva de la propia riqueza vital” (Scheler). Jesús derrochó su riqueza interior sobre todos de esta manera.

Recomendaba una “indiferencia” despreocupada a la comida, la ropa y la vivienda (Lucas 12, 22-34), no porque negara su valor, sino porque la preocupación por ellas paraliza la acción y eclipsa la presencia de Dios trabajando para crear la vida abundante.

Juan Enrique Casas, SJ - ITESO

rudbeck@iteso.mx

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