Sábado, 29 de Junio 2024
Suplementos | XII Domingo Ordinario

Evangelio de hoy: ¿No te importa que perezcamos?

Pidamos al Señor, que fortalezca nuestra fe para que las tormentas de nuestra vida no nos hagan naufragar

Por: Dinámica pastoral UNIVA

«...Reprendió al viento y dijo al mar: “¡Cállate, enmudece!” Entonces el viento cesó y sobrevino una gran calma. Jesús les dijo: “¿Por qué tenían tanto miedo? ¿Aún no tienen fe?”». WIKIPEDIA/«Cristo en la tormenta sobre el mar de Galilea», de Ludolf Bakhuizen

«...Reprendió al viento y dijo al mar: “¡Cállate, enmudece!” Entonces el viento cesó y sobrevino una gran calma. Jesús les dijo: “¿Por qué tenían tanto miedo? ¿Aún no tienen fe?”». WIKIPEDIA/«Cristo en la tormenta sobre el mar de Galilea», de Ludolf Bakhuizen

LA PALABRA DE DIOS

PRIMERA LECTURA

Job. 38,1.8-11.

«El Señor habló a Job desde la tormenta y le dijo:
“Yo le puse límites al mar,
cuando salía impetuoso del seno materno;
yo hice de la niebla sus mantillas
y de las nubes sus pañales;
yo le impuse límites con puertas y cerrojos y le dije:
‘Hasta aquí llegarás, no más allá.
Aquí se romperá la arrogancia de tus olas’”».

SEGUNDA LECTURA

2Cor. 5, 14-17.

«Hermanos: El amor de Cristo nos apremia, al pensar que si uno murió por todos, todos murieron. Cristo murió por todos para que los que viven ya no vivan para sí mismos, sino para aquel que murió y resucitó por ellos.

Por eso nosotros ya no juzgamos a nadie con criterios humanos. Si alguna vez hemos juzgado a Cristo con tales criterios, ahora ya no lo hacemos. El que vive según Cristo es una creatura nueva; para él todo lo viejo ha pasado. Ya todo es nuevo».

EVANGELIO

Mc. 4,35-41.

«Un día, al atardecer, Jesús dijo a sus discípulos: “Vamos a la otra orilla del lago”. Entonces los discípulos despidieron a la gente y condujeron a Jesús en la misma barca en que estaba. Iban además otras barcas.

De pronto se desató un fuerte viento y las olas se estrellaban contra la barca y la iban llenando de agua. Jesús dormía en la popa, reclinado sobre un cojín. Lo despertaron y le dijeron: “Maestro, ¿no te importa que nos hundamos?” Él se despertó, reprendió al viento y dijo al mar: “¡Cállate, enmudece!” Entonces el viento cesó y sobrevino una gran calma. Jesús les dijo: “¿Por qué tenían tanto miedo? ¿Aún no tienen fe?” Todos se quedaron espantados y se decían unos a otros: “¿Quién es éste, a quien hasta el viento y el mar obedecen?”».

“Un Dios que duerme”

En el Evangelio de hoy nos encontramos con la humanidad a flor de piel de los discípulos, aquellos que, teniendo a Jesús a un lado de ellos, experimentaron miedo y angustia. Aun cuando ellos habían sido testigos de grandes los milagros de Jesús, cuando ya habían dado ese salto de fe al entregarle su vida y, aun así, el mar los estremece y los inunda de cobardía.

¿Cuántas veces no nos ha pasado como a los discípulos? Imaginemos que somos nosotros los que vamos en la barca, que poco a poco nos comenzamos a alejar de la orilla. De repente comienzan a llegar las olas fuertes que nos van quitando la seguridad de nuestro plan; comienzan los fuertes vientos que nos golpean y nos desestabilizan; de repente, empezamos a sentir que nos hundimos y no tenemos a dónde ir, porque a nuestro al rededor sólo vemos agua y poco a poco nos empezamos a llenar de miedo y angustia.

Ahora pensemos que la barca es la vida, el alejarnos de la orilla es ir creciendo, las olas son los problemas del día a día, los vientos fuertes son esos proyectos que se nos han desvanecido, esas pérdidas que hemos tenido, aquellas enfermedades que no hemos podido evitar y que nos quitan la seguridad en nuestro andar. Cuando estamos en estos momentos, nos sentimos sin rumbo, sin puerto seguro; simplemente, no sabemos qué hacer.

Sin duda, primero nos inundamos nosotros antes que la barca, y nos inundamos de miedo, de ansiedad, de desesperación. Un miedo que nos ciega y no nos permite ver lo más importante, y es que en esa misma barca en la que vamos, también va Jesús a nuestro lado. Un Jesús que, si bien va dormido, sabemos que no nos dejara caer.

La fe comienza por reconocer que solos no somos capaces de mantenernos a flote y que necesitamos a Dios. Cuando atravieses por esas tormentas y sientas que Dios duerme, ¡despiértalo! Y verás a un Dios pidiendo al viento y a las aguas que se calmen.

No olvidemos que el esfuerzo de los hombres es el sueño de Dios, cuando sentimos que intentamos mucho y nada nos sale, o cuando sentimos que Dios nos ha dejado, es justo ahí cuando Él nos va cuidando de que no nos hundamos. No fijemos la mirada en el tamaño de las olas, fija tu mirada en Jesús y verás cuán grande es su amor que te cuidará de no hundirte jamás.

Pidamos al Señor, que fortalezca nuestra fe para que las tormentas de nuestra vida no nos hagan naufragar. Que su Palabra sea nuestro sostén, su presencia nuestra fortaleza para caminar siempre con la esperanza que no defrauda, porque Él está siempre con nosotros.

¿No te importa que perezcamos?

Es una pregunta que aparece en nuestros caminos de vida cuando nos asalta el miedo y la angustia por las circunstancias amenazantes que pueden darse en algún giro de la historia. Esa angustia que hace mirar hacia el cielo y buscar en él una respuesta que venga a darnos salida a lo imposible, salida milagrosa a superar los límites naturales y las condiciones que nos impone la historia.

Es el caso de los discípulos en esa noche en el lago, cuando los vientos hacen evidente la fragilidad de sus embarcaciones y de sus cuerpos, amenazando con quebrarlos y sumergirlos en lo profundo del mar. Pero la mirada de los discípulos no se dirige al cielo, sino a aquel que, con un cuerpo frágil como el suyo, les hace presente al Salvador en medio de ellos. Hacia allá dirigen las quejas que antes dirigirían al cielo, e interrumpen su sueño para pedirle el milagro que los vuelva a colocar en la posición de dominio que nos salvaguarda de todo riesgo. El durmiente despierta. Se levanta, observa el cielo lleno de tormentas y le ordena se detenga y dé un respiro a la frágil humanidad para que vuelva a recuperar la confianza en quien puede salvarlos.

Lo importante no es, sin embargo, librarse extraordinaria y temporalmente. Por el contrario, el mandato abre ese espacio de paz para descubrir que cuando piden la salvación de su vida ya están reconociendo a quien la cuida en un sentido absoluto y total, que rebasa las circunstancias que nos aterran, incluida en ellas la muerte misma. De ahí el reproche de Jesús a esos hombres de poca fe. No es que condene su miedo circunstancial, sino que les reprocha su falta de confianza en quien puede ir más allá de la muerte, que es lo verdaderamente imposible y la más auténtica amenaza. En él pueden reconocer a quien asegura, aun en esa circunstancia extrema, nuestra vida y plenitud. Es falta de fe en su capacidad de darnos resurrección y no solo un milagro, pues es en la resurrección donde podemos sostener nuestras búsquedas y anhelos, en medio de tormentas, sin desesperar y hasta dar la vida entera. He ahí la verdadera fe.

Pedro Reyes, SJ - ITESO

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