Viernes, 22 de Noviembre 2024

Los ineptos del presente o los sátrapas del pasado

El pragmatismo electoral es el preludio de la muerte del sistema político de la transición

Por: Enrique Toussaint

Con solidificar el voto duro de Morena, AMLO tendría la mayoría en un plebiscito. EFE

Con solidificar el voto duro de Morena, AMLO tendría la mayoría en un plebiscito. EFE

“Sólo debería haber dos partidos”, dijo alguna vez el Presidente Andrés Manuel López Obrador. Los míos y los de enfrente. Días después, el Presidente instó a toda la oposición a unirse en su contra: “Júntense, para que los mexicanos vean que son lo mismo”. La polarización política es el contexto que empuja a los partidos políticos a unirse en dos polos: quienes están con el Presidente y quienes están en contra del mandatario. Una operación de alianzas que reduce la pluralidad de nuestro país a dos expresiones enfrentadas. Nada más falso que dicho reduccionismo, pero nada más rentable electoralmente para el presidente y, también, para una parte de la moribunda oposición.

Le conviene a López Obrador porque unifica a sus bases. Elude el juicio del presente y lo intercambia por el rechazo al pasado. No importa que la economía esté por los suelos, la violencia en máximos históricos o que la gestión de la pandemia haya sido un desastre. Con la alianza de los viejos enemigos —PAN, PRI, PRD—, López Obrador puede decir al pueblo de México: o ellos o yo; mejor los ineptos del Presidente a los corruptos del pasado. En el mismo sentido, borra la diversidad regional y local, apostando por un único referéndum nacional. No sobre sus decisiones, no sobre su Gobierno, sino sobre el pasado. El Presidente es astuto y la oposición por ganar un puño de distritos hipoteca su viabilidad en el mediano y largo plazo.

Al Presidente le conviene un plebiscito porque sabe que incluso con un 35-38% de la votación podría alcanzar la mayoría absoluta. Primero, con trampas en la coalición. Morena denuncia la alianza opositora, pero no remoja sus barbas. El partido del Presidente va en alianza con el Partido Verde —el instituto político más corrupto del país—, y el PT, una rémora que no se cansa de succionar recursos públicos. Sumemos. La coalición (Morena + Verde +PT) y añadamos los partidos que se definen afines al Presidente, pero que no pueden ir legalmente en la coalición (Encuentro Solidario, Redes Sociales Progresistas y Fuerza Social). El Presidente no necesita ganar su propio plebiscito para gobernar con una cómoda mayoría en la segunda parte de su sexenio. Con cohesionar a los suyos, con solidificar su voto duro, tiene y le sobra.

En la cancha de la oposición, el PRD no tenía mucha opción. El otrora representante de la izquierda mexicana, hoy tiene como único objetivo mantener el 3% que le permita seguir siendo partido. El PRD se hubiera aliado con quien fuera y a la hora que fuera. El PAN se convertirá en el gran símbolo de oposición. Las encuestas son claras: el PAN es identificado como la antítesis de Morena. Incluso, entre los panistas más doctrinarios, la alianza es un mal error para evitar que el populismo campe a sus anchas en las instituciones. Una dura derrota del PRI en las gubernaturas —El Financiero publicó esta semana que el oficialismo encabeza en 14 de las 15 contiendas estatales—, podría ser el ascenso del PAN como la única opción de derecha capaz de disputar el poder a nivel federal y local.

El problema en esta coalición es el PRI. Como lo ha esbozado German Petersen en sus investigaciones, Morena creció a costa del desfonde del PRI en el periodo 2009-2018. Incluso, en la campaña de 2018, Ricardo Anaya cometió el error de anticipar que podía pactar con el PRI para evitar que López Obrador ganara la elección. Es decir, ¿cómo sabemos que los votantes del PRI prefieren sufragar por una coalición opositora que por el oficialismo que defiende las causas nacionalistas que su partido defendió por mucho tiempo? Un mal cálculo del PRI y la sangría de gubernaturas y de diputados puede ser enorme. El PRI podría amanecer el 7 de junio gobernando entre 4 o 5 estados. Es decir, el desvanecimiento del poder estatal que permitió el regreso del PRI luego de la sacudida electoral de 2006.

Sin embargo, más allá de los cálculos de cada fuerza política, existe un factor que nos debe preocupar. Las estrategias del oficialismo y de la oposición comienzan a esbozar un país de dos bandos. Buscan, a través de coaliciones artificiales, institucionalizar la idea de que México se puede reducir a dos opciones políticas. Creer que la heterogeneidad de un país en donde hay gente de derecha, de izquierda, liberales, conservadores puede reducirse a un plebiscito sobre un solo hombre. México es mucho más heterogéneo y complejo que las categorías de AMLOver y anti-AMLO. El pacto por México en 2013 supuso un golpe mortal al sistema partidista que se construyó en la transición. Las alianzas de 2021 es escribir el epitafio. Al PAN y a Morena les conviene hacernos pensar que el país cabe en dos categorías, pero me pregunto: ¿y a nosotros? ¿Nos conviene esa dicotomía? Por supuesto que no. En un momento político como el que vivimos necesitamos más voces que unan y encuentren coincidencias. Más voces que entiendan que la política sirve para entendernos entre personas que pensamos distinto. La política debe ser la solución no el problema.

Tapatío

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