Miércoles, 27 de Noviembre 2024

El autoengaño de AMLO

El Presidente cree que “doblar” al poder económico en Palacio Nacional es un éxito de su Gobierno

Por: Enrique Toussaint

Andrés Manuel López Obrador revivió tras las cenizas de esos sexenios neoliberales que crearon una nueva casta de políticos y empresarios multimillonarios, mientras que millones seguían cayendo en la pobreza más absoluta. EL INFORMADOR / E. Victoria

Andrés Manuel López Obrador revivió tras las cenizas de esos sexenios neoliberales que crearon una nueva casta de políticos y empresarios multimillonarios, mientras que millones seguían cayendo en la pobreza más absoluta. EL INFORMADOR / E. Victoria

El peñanietismo fue el monumento a la colusión entre el poder político y económico. No hay forma de diferenciarlos. El caso más claro es la Casa Blanca. Una propiedad de la primera dama a nombre de una empresa que ganó la concesión más jugosa del sexenio. El sexenio del priista fue la colusión de poderes llevada a la vulgaridad. Los mexicanos nos hartamos de ese régimen corrupto que no sólo permitió los negocios al amparo del poder público, sino que fue confeccionando su velo de impunidad. Peña Nieto siempre actuó para protegerse, a él y al grupo económico que lo financió.

Andrés Manuel López Obrador revivió tras las cenizas de esos sexenios neoliberales que crearon una nueva casta de políticos y empresarios multimillonarios, mientras que millones seguían cayendo en la pobreza más absoluta. López Obrador fue la voz del México indignado frente a gobiernos que privatizaron e hicieron negocios de todo aquello que estaba a su alcance. Separar el poder político del económico, no sólo es la premisa del ahora Presidente, sino una encomienda que tiene todo gobierno que se asume como progresista en el mundo. La separación del poder político es la única forma de asegurar que el interés público pueda colocarse por encima de los intereses particulares. Tras décadas de dominio de los mercados, existe una ola de gobiernos, en el mundo, que fueron electos para detener la desaparición de los derechos sociales a manos del poder económico.

El manotazo en la mesa al cancelar el proyecto del Nuevo Aeropuerto Internacional de la Ciudad de México (NAIM) apuntaba en esa dirección. Un mensaje a los poderosos: ahora ustedes no mandan. Una cancelación que suponía el primer gran divorcio entre los señores del dinero y el Presidente. Y la pregunta era: ¿Por qué el Presidente tomaba esa decisión? ¿Arriesgaba tanto por tan poco? La respuesta sensata era: López Obrador busca ganar margen de maniobra para implementar el proyecto que le prometió a los mexicanos. Busca autonomía para hacer de México un país menos corrupto, menos desigual y menos violento. Un costo económico, pero una victoria política.
Sin embargo, la evolución del sexenio nos muestra lo contrario. Un Presidente envuelto en el discurso de cambio, pero sus acciones apuntan en la dirección opuesta. La última contradicción fue la cena con los 75 multimillonarios más relevantes del país. Una cena de “beneficencia” en donde el mandatario recaudó mil 500 millones de pesos. En el encuentro, López Obrador les entregó una hoja en donde les pedía una donación voluntaria para la rifa del avión presidencial (un sorteo que no rifa el avión presidencial, por si le faltara surrealismo al paisaje político nacional). Las donaciones comenzaban en 20 millones de pesos. La imagen es una oda al poder: el Presidente que dobla a los ricos.

La rendición del poder económico a los caprichos del poder político. Con la voluntad basta, parece esculpirse en el telón de fondo.
Seguramente, en la calle alguien dirá: qué bueno que llega un Presidente que los pone de modo. Ya era hora. Curioso razonamiento. Y es que si pensamos adecuadamente el evento, lo que vimos en Palacio Nacional es la legalización del picaporte. Es la institucionalización del capitalismo de cuates y el cobro de un derecho de piso. ¿Por qué un empresario dona 100 millones de pesos a una  rifa? No hay muchas opciones. O porque es concesionario del Gobierno, o porque busca serlo, o porque quiere algún favor del poder político. Un pasaporte barato a la impunidad. Es increíble que López Obrador se traicione de esa manera. Ya no digamos a sus votantes, sino a él mismo. Una “izquierda” que cree en la coperacha, y no en los impuestos. Cree en la dádiva y no en los derechos. Cree en la buena voluntad de los empresarios y desprecia el verdadero poder transformador del Estado.

La pregunta que subyace tiene que ver con el poder mismo. Personalmente, considero que entramos en una época en donde hay una redefinición global de las relaciones entre el poder político y económico. Donald Trump es el caso más paradigmático. El presidente de los Estados Unidos ha demostrado que sus decisiones -políticas- pueden poner de rodillas a los mercados. La superioridad de la economía no es tal; o al menos no es tan marcada como suponían los liberales. Sin embargo, ¿Para qué quiere López Obrador ese poder? ¿Para qué quiere convocar a todos los gobernadores a cenar a Palacio Nacional? ¿Por qué tiene a todos los empresarios comiendo tamales?
Y es aquí donde la vacuidad se hace presente. No hay nada estructural en las decisiones que está tomando el Presidente. López Obrador enseña la charola, pero sin ningún motivo más que el salir de una coyuntura crítica. No convoca a los gobernadores para redefinir el pacto federal. No convoca a los empresarios para discutir el capitalismo global, su reconfiguración y consecuencias. No convoca a los partidos que sostienen su coalición para hablar del cambio climático o el combate a la desigualdad. Es sólo una exhibición desnuda del poder, sin puerto al que arribar.

Existe un riesgo innegable en el sexenio de López Obrador: qué el símbolo se coma al político. Qué el relato histórico se meriende al gobernante. Qué las rifas se superpongan a los cambios de fondo. Qué el disfrute personal del poder se devore a los principios. La rifa del avión presidencial es una genialidad comunicativa, pero un fracaso de un proyecto de Gobierno que quiere cambiar la realidad.

La fotografía de Palacio Nacional es un autoengaño del Presidente. Poner a los grandes magnates a contribuir en la rifa no es ninguna victoria, sino la continuidad de un modelo económico sustentado en las buenas relaciones entre las élites políticas y económicas. Lo que no ve López Obrador, es que esa mafia del poder, la cual tanto denunció, se beneficia de estos juegos. Se legitima en el camino y López Obrador los apapacha en el discurso. La traición es el motor del cambio político, dicen Jeambar y Roucaute. Si y sólo sí, la traición encuentra un para qué.
 

Tapatío

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