Los ataques contra la minoría rohinyá de Birmania fueron ejecutados con el fin premeditado no sólo de expulsar a los habitantes de sus pueblos, sino de impedirles el retorno, concluyó un equipo de derechos humanos de la ONU que ha investigado las atrocidades ocurridas recientemente allí.Esos "brutales ataques fueron bien organizados, coordinados y sistemáticos", señala el informe preparado por ese equipo, que agrega que la estrategia consistía en "inocular un miedo y un trauma profundos a nivel físico, emocional y psicológico".Los autores de la violencia contra la rohinyás, una minoría musulmana asentada en el estado de Rakáin (oeste del país) han sido las fuerzas de seguridad birmanas que en ocasiones actuaban con la complicidad de individuos armados budistas de la zona.La misión de la ONU recogió esta información entre el 13 y el 24 de septiembre a partir de testimonios recogidos entre refugiados rohinyás que han logrado llegar a la localidad bangladesí fronteriza de Cox Bazar.Para entonces se estimaba que desde el 25 de agosto -cuando empezó la ofensiva militar- habían llegado allí 270 mil refugiados, una cifra que menos de tres semanas después ha pasado a 590 mil, según los últimos datos de la ONU, la principal organización que les aporta ayuda humanitaria.El jefe del equipo de la ONU, Thomas Hunecke, describió a la prensa las condiciones inhumanas en las que viven esos refugiados y las grandes dificultades de verificar, en esas circunstancias, las violaciones a los derechos humanos de las que han sido víctimas los rohinyás."He trabajado en varias situaciones de conflicto, pero nunca he visto algo así, tal cantidad de gente. Cuando bajábamos del automóvil teníamos de inmediato cientos de personas a nuestro alrededor con la esperanza de que les llevábamos alguna ayuda humanitaria", narró.El método utilizado por el Ejército birmano para obligar a los rohinyás a huir indica claramente que su voluntad era eliminar toda posibilidad de retorno. Para ello incendiaron aldeas enteras, perpetraron ejecuciones sumarias, practicaron la tortura y utilizaron la violencia sexual."Ellos (las fuerzas de seguridad e individuos budistas) rodearon nuestra casa y empezaron a disparar. Dispararon contra mi hermana delante de mí, ella sólo tenía siete años, yo corrí, intenté protegerla y cuidarla, pero sangraba tanto que un día después murió. Yo misma la enterré", relató a los enviados de la ONU una niña de 12 años del municipio de Rathedaung.