Miércoles, 18 de Diciembre 2024

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Y mientras tanto, en el resto del país

Por: Augusto Chacón

Y mientras tanto, en el resto del país

Y mientras tanto, en el resto del país

La sociedad y el país que ésta conforma, ¿van mal? Es por la falta de una buena educación, es la respuesta, más bien tic nervioso, que durante muchos años hemos activado cada que hacemos un diagnóstico y proponemos una solución de fondo para los problemas; la educación es la desfacedora de entuertos, es decir: la tenemos en calidad de quijotesca. La sociedad y los Gobiernos que aquélla se ha dado el último siglo, ¿van mal? Es culpa de la inútil democracia; de qué sirve elegir gobernantes y legisladores si al hacer cuentas resulta que no resuelven algo; de qué nos valen el tiempo que perdemos en la casilla y la monserga de pasar meses sufriendo la propaganda electoral para que al cabo los únicos ganones sean los partidos, los que, por cierto, son todos iguales. La sociedad y los servicios públicos, de la seguridad a la provisión de agua y del tratamiento de los desechos a las calles y banquetas, ¿están mal? Es culpa de la corrupción y, claro, de los corruptos a los que conviene que las cosas sigan idénticas; y no tiene caso denunciarlos, tampoco protestar, nada cambia. La sociedad, de comunidad en comunidad, de región en región, ¿va mal? El origen está en el Presidente que no da una, llámese como se llame, el de ahora y la hilera de ellos a lo largo de un siglo y, por lo que se ve, ya vela armas el próximo, no sabemos quién será, pero no importa: el que sea, la que sea, se atendrá, ¿por qué no?, a la tradición de la incompetencia y a otra de las actitudes constantes en ellos: beneficiarse a sí mismo y a sus cercanos.

Y podríamos seguir con la lista de responsables del degradado estado de cosas en el que estamos inmersos: la impunidad, la desigualdad, la pobreza, la policía, la alcaldesa, el alcalde, el gobernador, las diputadas y diputados, el tipo de cambio, la bolsa de valores, la migración, los del sur (para unos), los del norte (para otros), la sequía, las inundaciones, la vecindad con Estados Unidos, la Conquista, la Colonia y, para acabar rápido, los tlaxcaltecas históricos y su alianza con Hernán Cortés, lo que al final significa, junto con lo demás: el responsable último es un nosotros acumulado de siglo en siglo que se manifiesta en el presente y delinea un futuro al que no tiene caso asomarnos, lo conocemos bien: está instalado aquí y ahora desde siempre; los tiempos de México, pasado, presente y porvenir, podríamos concentrarlos en un aparente sin sentido: futuro inmutable.

(En este punto, para no ser injustos, tendríamos que incluir la lista, extensa también, de aquello que va bien; lo que cabe en la noción cultura; la gente misma, toda, que se las ingenia para hacer lo anterior, la cultura, y para vivir sacando lo mejor a sus condiciones y a su circunstancia; los indicadores de la economía que presume el Presidente, esos que están por encima de los indicadores simples de los hogares: tengo no tengo, me alcanza no me alcanza. Pero no lo haremos, basta citar un verso de la canción de The Eagles, Hotel California: “This could be Heaven or this could be Hell” -esto podría ser el cielo o esto podría ser el infierno-. Para hablar del “cielo” habrá otros momentos, por lo pronto se trata de aproximarnos a la fuente de los amagos de “infierno” y al “infierno” pleno en los que tantas, tantos están metidos).

La personalidad del Presidente López Obrador, su ansia por figurar como el gran dador de apapachos y amenazas, el único benefactor, juez último y árbitro inapelable de la moral, nos han empujado a difuminar al resto de los actores que también echan, por comisión o por omisión, carbón a las calderas; dejamos de ver, para medir la salud de la República entera, a quienes asimismo tienen responsabilidad en la calidad de su marcha: gobernadoras, gobernadores, Presidentes municipales, mujeres y hombres, congresos y tribunales locales, y más: el apego a la ley, las respectivas comisiones de derechos humanos, las instancias de transparencia, las electorales y las fiscalías, los estados con sus réplicas del modelo federal que establece la Constitución. 

Pero los modos autoritarios del Presidente no sólo atraen los reflectores -los abucheos y los vítores-, impelen al resto de los integrantes del sistema político ya sea a tratar de pasar inadvertidos o bien a tornarse abyectos; esto último más directamente relacionado con la pertenencia al partido de López Obrador, por ejemplo Claudia Sheimbaum, Layda Sansores y Cuitláhuac García, aunque otras, otros como ellos, de otros partidos y desde el silencio y la aquiescencia por temor y por obtener prebendas, de pronto rocen el servilismo ¿cuáles de los poderes políticos en las entidades libres y soberanas -puro cliché- ha alzado la voz para defender al INE, al INAI, a la Suprema Corte? Y son apenas muestras, la federación se comporta, cada día más, en no pocas áreas, como un principado, en detrimento no sólo de los poderes políticos locales sino del bienestar de los habitantes de los estados y los municipios.

Por parte de las y los ciudadanos en las entidades, además de no dejar de alzar la voz por la República, por sus instituciones y por el sistema de libertades y derechos que se está quebrantando en favor de una autocracia creciente, sería bueno mirar si la transparencia, si el contrapeso entre poderes, si los derechos humanos, si los organismos electorales, si los sistemas anticorrupción, si los municipios, si la justicia, si el respeto a la libertad de expresión, si… etcétera, funcionen como para restregarlos en la cara del Poder Ejecutivo federal. Porque, podría ser, es mera especulación, que una de las salidas más a la mano de la crisis política en la que estamos sumidos esté por ahí: en que los estados que se claman libres y soberanos prediquen sobre lo que debe ser, con ejemplos verificables.

agustino20@gmail.com

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