La encuesta de EL UNIVERSAL que colocó a Sheinbaum con 50 por ciento de preferencia frente al 20 por ciento de Xóchitl Gálvez tiene esta acotación: “A diferencia de otros ciclos electorales, en este momento la preferencia electoral por partido (boleta genérica) y la intención de voto por candidatos son muy similares”.Significa que la idea recurrente de que “ahora el candidato importa más que el partido” no sólo se subvierte en esta ocasión sino que juega en contra de Xóchitl y a favor de Sheinbaum. Casi todo el debate se centró en la preferencia por candidata, pero el ejercicio demoscópico muestra un panorama interesante por partido. En números redondos 7 de cada 10 tienen una opinión mala o muy mala del PRI y el PAN contra 2 de cada 10 de Morena. Esto se traduce en una preferencia bruta en donde 53 por ciento votaría por Morena contra 21 por ciento que lo harían por el Frente Amplio por México. Esto se traduce en una fórmula en donde Claudia es una candidata fuerte respaldada por un partido fuerte. Xóchitl en cambio es una candidata (coloque aquí el adjetivo que quiera) con una coalición muy debilitada. Una viaja a bordo de un velero con un fuselaje estrecho y aerodinámico mientras la otra se mueve en un barco de carga que lleva a bordo una historia tras otra de malos gobiernos. En esta lógica, la respuesta de la candidata del Frente Amplio Por México al asegurar que “esto todavía no empieza” la sitúa en la prehistoria de la contienda. Esto comenzó hace más de dos años cuando el Presidente adelantó la sucesión y el banderazo de salida se dio con la unción de Claudia. Xóchitl no sólo compite contra Claudia sino contra la enorme antipatía que genera el PRIAN. Es una travesía a contracorriente, con un ancla atada al tobillo, en donde además la competidora a vencer arrancó primero. Desde este lado de la orilla se ve, por decirlo cortésmente, poco menos que imposible que alcance y rebase. Pero la fe obra milagros, dicen.