Lo más difícil que me ha tocado vivir en mi corta o larga carrera dentro de las artes es pensar en cómo llevar público, de cualquier edad, al teatro. La tremenda odisea de montar una obra o un espectáculo, ya, frente a cómo atraer a la gente para que por sí solos vayan a verla, se me hace una labor difícil de asimilar para este público tan “especial” como es el tapatío y siendo honesta, en general, titánica. El arte vivo para un público sedentario, no tiene demasiado que ofrecer: “nada” se compara con llegar a casa cansado de un día largo en la chamba y echarse un clavado al sofá, hacerse de cenar al gusto exacto de uno, con copa de vino o vasito de leche en la mesita de descanso, y paradas -a partir de cierta edad- ilimitadas, al baño. La atención, válgame, qué asunto más difícil de afrontar. Estos condenados teléfonos nos han hecho a todos, sí, a todos, mucho más dispersos y ansiosos por saber qué pasa o de qué nos perdemos si no abrimos cuanta red social tengamos cada 10 ó 15 minutos.Ya rindiéndome (dicen los que saben de cómo afrontar problemas qué es lo primero qué hay que hacer ante ellos), y ya pasada mi desesperación, una de esas noches, caché las noticias locales y me aparecieron los primeros actos de campaña, porque eso es justo lo que son, completamente llenos de entusiastas individuos que forman un cariñoso y muy caluroso público. Quien en algún momento se haya subido a un escenario dentro de las fronteras de este Estado, no daría crédito de la entrega de estos tan activos asistentes, junto a los tres aplausos que da el público no acarreado, perdón, invitado en cualquier otro foro.Entonces llego a una reflexión que me asusta más de lo que me entusiasma. Los políticos, sobre todo los que están detrás del candidato, esos que hacen la famosa “logística del evento”, saben como atraer efectivamente al público: van por ellos y los regresan en distintos servicios que proveen hasta la esquina más recóndita del municipio, surten a sus familias con lista en mano de una vasta despensa para la semana, no se olvidan jamás de darles a cada uno un lonche y un chesco en el lugar, les medio prometen que quizá tengan trabajo si gana el candidato (imagínese que todos estos nuevos adeptos terminarán enfilándose a orquestas, grupos de danza, teatro, entonces sí que cambiaría la escena artística jalisciense). Y olvídese de cuando empieza el evento, ¡cómo reciben a los candidatos!, me da una envidia: mariachi, música híper festiva, confeti, serpentinas voladoras, botargas que nunca asemejan al mero mero pero que el intento ha de valorar. Después de su inexistente tercera llamada (le han de decir de otra forma), los ahí presentes siguen instrucciones precisas de dónde y cómo escuchar al actor (político) y a dónde voltear o cuándo aplaudir y claro con qué actitud reaccionar ante el discurso que se aviente el y sus compañeros del estrado.Entonces mejor pienso ya habiéndome rendido: somos nosotros (los artistas) los que estamos mal, somos nosotros los que nos hemos comunicado con las autoridades que no tienen idea de cómo atraer públicos ni formarlo, somos nosotros los que no hemos sabido ver dónde están los expertos de verdad y somos nosotros los que deberíamos (otra vez) estar interesados en agendar una reunión urgente con estos productores ejecutivos y productores de eventos de campaña. Si alguno tuviera voluntad de recibirnos, se los agradeceríamos muchísimo, nosotros también sentimos feo cuando está la sala vacía. Quedo atenta.argeliagf@informador.com.mx • @argelinapanyvina