La IX Cumbre de las Américas celebrada en Los Ángeles, California colocó en punto de inflexión al llamado sistema interamericano. Habrá que recordar que la Organización de los Estados Americanos creada en 1948 fue producto del orden geopolítico de la Segunda Guerra Mundial; a partir de entonces ha mantenido un papel más político formal, que de promoción a la integración y ayuda mutua en una región dominada por el poderío económico y militar de los Estados Unidos. En muchos sentidos ese papel inercial está agotado. El canciller Marcelo Erbrad lo hizo notar al remarcar la importancia de revisar no solamente los mecanismos de convocatoria a los países, que era el tema de coyuntura, sino al sistema interamericano mismo. Ha puesto el dedo en una llaga que tiene años sin sanar y que por las razones que sea, ha impedido una mayor integración continental. De hecho, en la cumbre se propuso a los Estados Unidos un nuevo acuerdo para iniciar una nueva etapa en la relación entre las Américas. La realidad geopolítica impone la necesidad de fortalecer la integración continental ante las amenazas potenciales que significan las expansiones militares y económicas de naciones como China y Rusia, así como la tendencia de mayor integración en Europa, derivada de la guerra en Ucrania. Los Estados Unidos tienen, por razones de hecho, el liderazgo en la región, y ahora que el encuentro internacional se desarrolló en su territorio recibió señales claras de que la mayoría de las naciones del continente plantean revisar el sistema interamericano. No hay que olvidar que antes que la OEA se creó el Tratado Interamericano de Asistencia Recíproca (TIAR), también llamado Tratado de Río, un pacto militar de defensa mutua suscrito el 2 de septiembre de 1947, también como parte del sistema derivado de la postguerra. Y dentro de la OEA se creó el sistema interamericano de defensa de los derechos humanos que dio lugar a la creación de la Corte Interamericana de Derechos Humanos que entró en vigor en 1978. Así el continente tiene un sistema de acuerdos políticos, con una corte y un pacto militar. Ha llegado el momento de revisar su estructura política, de cara a la nueva realidad global. Esto significa revertir el caso de la exclusión de Cuba, revisar los mecanismos de integración económica, la armonización democrática y política como también los mecanismos de defensa común. En las circunstancias actuales es vital la unidad continental en torno a una visión de bienestar compartido que permita el desarrollo de las naciones en un clima de respeto y colaboración.La polémica desatada por que el Presidente López Obrador no asistió a la Cumbre, se transformó en una propuesta constructiva que seguramente habrá de ser recogida por los anfitriones para plantear, en su momento, una reestructura de los mecanismos interamericanos con la participación activa de todos sus miembros. Lo que parecía un traspiés se convirtió en un hito diplomático respaldado por la mayoría de las naciones del continente que bien puede ser aprovechado por los Estados Unidos para plantear un cambio en su política hacia América Latina, tal y como lo está haciendo con otras regiones como Europa, Asia y el Medio Oriente. Este proceso está mucho más allá de las ya anacrónicas divisiones ideológicas derivadas de la guerra fría y estaría más acorde con la nueva agenda del bienestar y la conservación planetaria. En ese proceso nuestro país debe jugar un papel relevante por su dimensión e importancia como facilitador de las nuevas soluciones que integren a todos y potencien el desarrollo de nuestras naciones. El Canciller puso la pauta de un tema trascendente que seguramente se traducirá en la transformación del sistema interamericano, ojalá que sea más pronto que tarde.luisernestosalomon@gmail.com