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El discurso de Trump

El discurso de Trump
Donald Trump es el elegido de Dios para salvar a Estados Unidos y volverlo a hacer grandioso, prueba de ello es la manera milagrosa en la que se salvó del atentado sufrido durante su campaña, y el hecho mismo de su reelección a pesar de los enormes obstáculos que enfrentó. Todo ello no son sino pruebas de que Dios no ha revocado su plan para Norteamérica, predestinada desde su origen para ser el faro que ilumina al mundo, la suprema cabeza, y su líder absoluto, ese es y ha sido el “destino manifiesto” de esta nación, y todos los países de la Tierra lo deben aceptar, porque es la voluntad de Dios. Así podemos resumir la manera en que Trump se ve a sí mismo, o pretende verse, si nos atenemos a todas las cosas que ha dicho en sus discursos antes y después de la elección.
Se trata pues de un líder mesiánico que nos recuerda los mesianismos múltiples que han asolado al mundo, cuando este carácter lo asumen los políticos. En este rango, la elección divina presupone la supremacía de los elegidos, supremacía de raza, de poder, de clase, de idioma, de credo religioso; en cuanto al resto del mundo, al no ser “elegido”, muestra su inferioridad, debilidad e impotencia y, por ende, su destino a ser sometido.
Los conceptos de fondo: predestinación, supremacía racial, puritanismo, exclusión de los inferiores, son todos de origen luterano-calvinista, hibridados con las hipótesis deleznables de Max Weber, todo en su versión más populista y pragmática, preocupantemente asentada en el principio de que el fin justifica los medios, planteamientos típicos del capitalismo salvaje del Siglo XIX, que desembocaron en los genocidios de África, en las guerras mundiales del Siglo XX y sus fascismos precedentes, también han sido la justificación de guerras como la de Corea, Vietnam, Afganistán, Irak, y la de tantas invasiones que han sufrido los países considerados inferiores y sometibles.
Precisamente, el aprendizaje logrado luego de tantos descalabros, incluidas las reacciones extremas del anarquismo, del terrorismo o de la guerrilla marxista, llevaron a buscar matices, controles, normas y límites a ese capitalismo explotador, estableciendo legislaciones laborales, acuerdos internacionales o iniciativas tendientes a descentralizar los medios de producción de la riqueza, llevándolos a países de escasos recursos para aliviar, de algún modo, la escasez de fuentes de trabajo y los salarios miserables, aunque no siempre en este punto se avanzó significativamente.
De cualquier manera, en los últimos 50 años se buscó una producción de riqueza que beneficiara tanto a los empresarios como a los trabajadores, toda vez que producir fuera de Estados Unidos resultaba más barato y costeable, ya que lo producido se vendía en Estados Unidos, pero a la vez, se reducía la tensión migratoria. De momento parece que todos estos logros están por venirse abajo, afectando seriamente la estabilidad económica y social de numerosas naciones ¿será todo esto voluntad de Dios?
Mezclar religión y política nunca ha sido sano ni mucho menos honesto; desde la perspectiva cristiana, Dios no tiene naciones elegidas ni se ajusta a colores partidistas. Tampoco es bandera para justificar guerras o crueldades, racismos o genocidios, y no resulta muy coherente jurar un cargo poniendo una mano en la Biblia y la otra en el botón de la guerra, sea fría o caliente.
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