Jueves, 19 de Diciembre 2024

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Si todo lo demás falla, el error es previo

Por: Augusto Chacón

Si todo lo demás falla, el error es previo

Si todo lo demás falla, el error es previo

Sin mucho debate podemos coincidir en que, de las realidades que nos toca vivir, respecto a la cual no podríamos disentir sobre su carácter concreto indisputable, es la del mundo del trabajo. Unos necesitan colaboradores, de todas índoles, otros requieren intercambiar sus saberes, sus esfuerzos, sus talentos y creatividad, por el salario que les permita aspirar al modo de vida que desean -comenzando por tener la capacidad de adquirir algo más que lo básico-, y la economía (y todo lo que ha de hacerse para que México, para que Jalisco, sean igualitarios y justos) está urgida de que los dos factores previos, los empleadores y los colaboradores, se entiendan y entrelacen con beneficios transparentes para cada cual.

Sin embargo, inmersos en inacabables trances políticos, democráticos o no, somos capaces de volver subjetivo lo concreto; es decir: susceptible de ser entendido según convenga a cada cual, atenido cada cual a la porción de realidad en la que le toca hacer lo suyo: los sucesivos gobiernos han moldeado en su imaginario el entorno laboral y empresarial; por su lado, las empresas han lidiado con los efectos de eso que los gobiernos perfilan y que convierten en actitudes, leyes y reglas, que mudan sin fin (y con ellas las condiciones en que se desenvuelve quien tiene un negocio); en tanto que las y los trabajadores miran cómo sus anhelos y necesidades deben adaptarse a eso que la interacción de las autoridades con los empresarios termina por ofrecer, con un agravante: el planeta globalizado, desde el que se imponen códigos nuevos y modos novedosos para el trabajo, que por su parte lo impacta a ellos, al rumbo que el gobierno pretende fijar para lo laboral y asimismo afectan lo que quienes rigen en las empresas deben poner en juego para mantenerlas vigentes.

El filósofo esloveno Slavoj Žižec publicó hace años “Contra la tentación populista”, en un pasaje, más bien en muchos, se vale del pensamiento de psiquiatra y psicoanalista Jaques Lacan y escribe: “la distinción lacaniana entre la realidad y lo Real: la primera es la realidad social de la gente concreta que interactúa y se integra en procesos productivos, mientras que lo Real es la inexorable lógica abstracta y espectral del capital que determina lo que «pasa» en la realidad social.” O sea: un ámbito es la vida de las personas, por supuesto la de quienes están en calidad de empleados y la de la gran mayoría de los empleadores, y otro “lo Real”, condicionado por el vaivén del capital, en constante fuga hacia quién sabe dónde; no es que estemos en el plan simplista de cosificar al capital para disimular que tras su corrimiento continuo hay sujetos específicos apretando botones y moviendo palancas, pero sucede que sí hay una inversión de roles: el dinero se pone a circular en busca de ganancias para atender la urgencia básica y única del capital: acumularse, lo que se vuelve pulsión para quienes deciden su movimiento incesante. David Harvey, inglés, en “El enigma del capital”, describe que, en su ímpetu por acumularse, el capital toca distintas esferas de las actividades humanas; por ejemplo, las relaciones sociales y las que tenemos con la naturaleza, los arreglos institucionales y administrativos, hasta la concepción mental del mundo y, claro, los procesos de producción y el trabajo. Este zigzaguear del capital sorteando esas “esferas” para llegar a la meta de acumularse, dice Harvey, produce crisis; entre mayores sean las dificultades que las “esferas” planteen a su fuga imparable, más grande la crisis. Desde hace mucho las mexicanas, los mexicanos, resentimos las afectaciones que en lo social concreto inflige “lo Real” del juego del capital.

Pero, si atendemos los datos de desempleo, podemos sentirnos satisfechos. Aunque si nos asomamos a lo que sobre su vida perciben las y los tapatíos, reflejada en la encuesta sobre bienestar subjetivo que Jalisco Cómo Vamos (JCV) practicó hacia finales de 2020, en medio de la pandemia, la satisfacción comienza a mermar: 21.8% afirmó que el principal problema de su familia era el dinero, le siguió 7.2% que dijo que era el impacto de las medidas económicas tomadas por COVID; después, con 5.2%, señalaron la pérdida de empleo, temporal o permanente; 4.9% mencionó tal cual: desempleo. La suma de la preocupación por dinero da para afirmar que cuatro de cada diez en el Área Metropolitana de Guadalajara, hace poco menos de dos años, padecía por escasez de recursos y de trabajo. Una constante en los estudios que JCV hace desde 2011 es que tres de cada diez narran que el dinero les alcance apenas, a unos, y a otros con grandes dificultades.

Ahora sabemos que no pocas empresas, industrias, de servicios, comerciales, no encuentran colaboradores; esto, en medio de una acentuada crisis económica, con una masa de potenciales trabajadores aparentemente deseosa de tener un empleo; con la migración al Norte en crecimiento y las y los jóvenes con grandes expectativas, no respecto a lo que quieren hacer, sino en tanto lo que quieren tener. Sí, el mundo del trabajo es buen indicador de lo mucho que del modelo económico está frente a un abismo, los datos son elocuentes: el capital se acumula -para unos cuantos-, la pobreza crece -para muchos- y el Estado no tienen fondos para proveer servicios y garantizar el ejercicio de derechos que hagan menos ancha la rajadura. Tal vez es hora revisar e intervenir en los acuerdos de la política económica o de la economía política: ¿cuánto de lo que en la opinión pública nos mortifica, y a los gobiernos, (el PIB, la deuda, la inversión, local o foránea, etc.), tiene más que ver con las tribulaciones del capital por acumularse que con la salud de las “esferas” de las actividades en la realidad social? A lo mejor nos han llevado a preocuparnos por lo periférico, y evitan que nos preguntemos lo elemental: ¿se hace, hacemos lo necesario para que los más vivan bien?

agustino20@gmail.com
 

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