Otra vez se apersonó la simpática abuela a la que responsabilizamos de casi todo y de la que esperamos otro tanto: casi todo. La educación. Sólo que llegó maltrecha y envuelta en un escándalo moral. La verdad es que no se había ido; mustios, sólo volteamos a verla de cuando en cuando: que si los libros de texto; que si el sindicato; que si el presupuesto; que si el Presidente sabe o no sabe; que si la entenada, la joven promesa que se le instaló a la abuela en la cocina: la tecnología, conocida entre sus cercanos como TIC (tecnología para la información y la comunicación); que si la secretaria de Educación es una nulidad. En fin, los achaques de la abuela no cesan y de todos modos nos produce las más elevadas expectativas (aunque ese cíclico esperar casi todo de ella quizá no es sino una acrítica y tradicional transferencia de responsabilidad).El caso es que la abuela se asomó abruptamente luego de que la Organización para la Cooperación y el Desarrollo Económicos (OCDE) cuya misión es, dicha por ella misma, “diseñar mejores políticas para una vida mejor”, salió con que en todos sus países miembros la añosa dama mostró sus taras luego del paso de la pandemia de COVID-19. Algunas de sus conclusiones generales; en cuanto a “sistemas educativos resilientes” (dios confunda la palabreja): “los resultados de PISA 2022 sugieren que los países que ofrecen más justicia en oportunidades de educación también ofrecen más amplias oportunidades sociales”; “Los estudiantes menos avanzados, en 2022, estuvieron más propensos que sus compañeros más adelantados a sentirse con menos posibilidades de crear lazos estrechos en y con la escuela.” Por lo que corresponde a “Cómo el aprendizaje continuó cuando las escuelas estuvieron cerradas”: “Casi uno de cada dos estudiantes señaló que, al tratar de aprender en casa, frecuentemente tuvo dificultades para motivarse a sí mismo para hacer las tareas, y uno de cada tres, frecuentemente, no entendió completamente las lecciones escolares, en todos los países de la OCDE”. En el rubro “La vida en la escuela y el apoyo en casa”: “En todos los países/economías en los que hubo datos disponibles, los estudiantes que contaban con apoyo de sus familias reportaron un más alto sentido de pertenencia a la escuela, mayor satisfacción con la vida y más confianza en su capacidad para lograr aprendizajes autogestivos. En la mayoría de los países/economías estos estudiantes mostraron sentir menos ansiedad respecto a las matemáticas.” Por lo que toca a la “gobernanza escolar”: “Las escuelas que reflejaron un desempeño elevado, confían a sus directores y profesores más responsabilidad”; “Los directivos de las escuelas privadas afirmaron, más que sus pares de las públicas, que sus escuelas estaban preparadas para el aprendizaje a distancia -a pesar de los esfuerzos de las escuelas públicas para incorporar aprendizaje digital durante la pandemia de COVID-19.” Atenida a la evaluación PISA, con sus respectivas mediciones numéricas, nación por nación, la OCDE expuso que México se rezagó en su rezago, lo que se trasladó a la opinión pública en términos similares a estos: la educación es un desastre; estamos reprobados; condenamos el futuro a la celda de la ignorancia; los resultados muestran indudablemente que la 4T es un fracaso; etc. Así, podríamos adjudicar a la OCDE el rol de la tía emperifollada que cuando se asoma a las casas de los parientes pobres frunce la nariz y gesticula con desdén, aunque ahora los hogares de los potentados le parecieron, en la educación según la midió, venidos a menos. Manuel Gil Antón, especialista indudable en estos temas, en un artículo de El Universal apuntó: “En lo que mide PISA, sea lo que sea, ni uno de cada diez, en promedio, logra aprender lo establecido”. Y siguió: “Más allá de señalar que estamos mal en contraste con otras naciones y el promedio, parece ser que la escuela está fallando en este conjunto de naciones.” Es agradecible, viniendo de un experto, el matiz que rehúye de la contundencia inapelable: “parece ser”, dice Gil Antón, con lo que abre la posibilidad del diálogo y nos sitúa en condiciones de preguntarnos: ¿por qué falla la escuela? ¿Qué tiene que ver esa falla con nosotros? Además de la evidente responsabilidad que tienen los gobernantes que orean a la abuela cada seis años para hacernos saber que ellos sí la entienden y aseguran que ella, a su vez, los esperaba sólo a ellos, únicos y sapientes que la van a tratar de manera que la venerable anciana no podrá sino prodigar, por mero acto de magia, sus bienes. Pero nunca sucede.¿Por qué falla la escuela? Que respondan, por supuesto, quienes entienden de educación, pero que también den su diagnóstico quienes padecen y aportan a la falla: las maestras y los maestros, los directivos, las alumnas y los alumnos, las familias y las comunidades en las que están insertos los centros escolares. Los demás, por lo pronto, podríamos preguntar, si falla: ¿cuál es el funcionamiento que esperamos de ella? La respuesta es simple: aquello en que como sociedad hemos errado lo reparará la escuela. Esta postura tal vez nos permite sospechar que uno de los elementos que provoca la falla es el cargar, desde el desconocimiento y la distancia, expectativas inmensas a la escuela, tan grandes como lo que no estamos dispuestos a entender y hacer nosotros mismos. Entonces, a la cuestión ¿por qué falla la escuela?, podríamos añadir: por qué fallan la seguridad, la justicia, las instituciones. Que respondan, por supuesto, los responsables y quienes entienden de cada materia, pero asimismo que den su dictamen quienes padecen y en alguna medida son parte de las fallas. Mientras, pasada la airada reacción por los resultados de PISA, acomodemos otra vez a la abuela en su rincón, la necesitamos fresca para las campañas electorales.agustino20@gmail.com