Entre la historia y la fantasía, el Imperio romano es fuente de muchas leyendas que han llegado hasta el día de hoy. Y es que por más que haya un inmenso cúmulo de información sobre la Roma antigua, mucha de ella se filtra a través de los autores que la documentan, y -como es el caso de Las vidas de los doce Césares de Suetonio- resulta difícil distinguir entre historia y opinión, y muchas veces queda claro que, pese a su estilo a primera vista desapasionado, el autor tiene clara ojeriza, o bien devoción, por ciertos personajes.Entre las supuestas muestras de la decadencia de Roma en su auge y sus postrimerías están los excesos de sus dirigentes en toda clase de lujos, y en particular en sus festines y saraos. El primer nombre que viene a la mente es el de Lúculo (Lucius Licinus Lucullus, ca. 118-57 AC), y su fama de gourmet y espléndido anfitrión ha hecho palidecer su distinguida trayectoria militar y política, por más que esté muy bien documentada. Pero otro muy notable, culto y refinado tragón mencionado por Tácito, Plinio el Viejo, Suetonio y Séneca, cuyo nombre era sinónimo del lujo máximo fue, una o dos generaciones más tarde, Marco Gavio Apicio (Marcus Gavius Apicius, ca. 25 AC-37 DC), del cual, al parecer, incluso se conservan unas cuantas recetas. Séneca y los otros estoicos desaprueban, claro, el exagerado epicureísmo del personaje.La fama de Apicio se debe sobre todo a un libro que tradicionalmente le fue atribuido, aunque lo más probable es que sea una compilación escrita hacia finales del siglo IV o principios del V y que recoge en parte sus escritos gastronómicos y otras recetas antiguas. La primera edición impresa apareció en Venecia a finales del siglo XV, basada en los diversos manuscritos transmitidos y recopiados durante toda la Edad Media. Hubo luego una segunda edición hecha en Milán en 1498. El título del libro fue Ars magirica, o Apicius culinarius, o también De re coquinaria libri decem. Existe una extraordinaria edición bilingüe latín-castellano de 1986.*Pero ninguno de los autores contemporáneos de Apicio mencionan que haya escrito algún tratado gastronómico. El primero que lo hace es, a finales del siglo IV, San Jerónimo, en Adversus Jovinianum, una diatriba contra un monje dado a la glotonería y aficionado “a las salsas de Apicio y de Páxamo” (Páxamo fue el autor griego de un tratado de cocina hoy perdido).Los romanos prósperos podían darse el lujo de disponer prácticamente de cualquier producto apetecible de las regiones alrededor de la cuenca mediterránea. El Puerto de Roma fue a lo largo de cuatro siglos la entrada de todo cuanto se podía comprar hasta en las más remotas provincias del Imperio. Pero después de las invasiones bárbaras y de la caída de su capital en 455, el Mediterráneo dejó de ser el dominio exclusivo de Roma y por lo tanto cesaron las importaciones de comida y de innumerables ingredientes exóticos que habían enriquecido las fastuosas mesas de los más afortunados.*Marco Gavio Apicio, Cocina romana, traducción de Bárbara Pastor Artigues, Madrid, Editorial Coloquio, 1986.